martes, 13 de agosto de 2019

Tintin en China (I) - Primeras impresiones

Pekín apabulla desde el primer minuto: las grandes calles, que bien podrían ser autopistas por la cantidad de carriles y la densidad del tráfico; las estaciones de metro, que son auténticos laberintos subterráneos en los que hacen falta diez minutos o más para llegar desde la calle a los andenes; o el intenso calor que ahoga la ciudad a finales de julio no la hacen el destino más acogedor. 


Pero, al mismo tiempo, la ciudad tiene algo que te hace querer ir más allá y aprender un poco más. La primera visita del día nos lleva al Templo del Cielo, un edificio circular con una colorida decoración que llama especialmente la atención de los ojos occidentales, acostumbrados por lo general a una arquitectura muy distinta. Al indagar un poco sobre su origen – se construyó en el siglo XV para albergar las plegarias del emperador por un buen tiempo y, más tarde, sus rezos para agradecer la buena cosecha – es fácil imaginarse la vida en este lugar hace cientos de años: llena de costumbres, supersticiones y una rígida estructura social. Y esa chispa de imaginación hace el lugar un poco más mágico.

Ya por la tarde, sentados en la plaza de Tiananmen, sufrimos en nuestras carnes el calor que acumula el suelo aún cuando anochece. A lo lejos, muy lejos – no en vano dicen que es la mayor plaza del mundo –, el retrato de Mao nos contempla impasible. Tras él  se oculta la Ciudad Prohibida, que nos despierta más curiosidad si cabe que el Templo del Cielo. Pero para eso tendremos que esperar hasta mañana. Hoy el día no da para más. Y nuestras fuerzas tampoco. Las pocas que nos quedan las reservamos para hacernos comprender ante los camareros y conseguir comer algo a la hora de la cena. 

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