No me gusta llevar bolsos,
bolsas, mochilas o maletines. Por eso, mis bolsillos guardan a menudo media
vida. El equipo básico lo configura el tridente cartera, llaves y móvil. Y, en
función de las situaciones, se pueden añadir bolígrafo, bloc de notas, gafas de
sol y un interminable etcétera. Pero lo más curioso no es lo que llevan al
salir de casa, sino lo que contienen cuando vuelvo.
El otro día llegué a casa de
la Feria y, antes de quitarme la chaqueta, quise sacar dos bultos que habían
venido golpeando suave y repetidamente sobre mi pecho durante el camino de
vuelta. Además de mi equipaje de salida, de uno de los bolsillos saqué un
catavino; del otro un abanico rojo. El uno está ya fregado y dispuesto en el
armario de los vasos. El otro espera encima de mi mesa a la próxima vez que vea
a su dueña.
Pero la sorpresa es aún mayor
cuando la mercancía es pequeña y pasa desapercibida a lo largo del tiempo. De
hecho, toda esta reflexión me ha surgido porque la semana pasada saqué un
pantalón del armario y, al hacerlo, cayó al suelo un pequeño papel. Era el
billete de un autobús urbano de Córdoba en perfectas condiciones. Lo primero
que pensé es que hace un año que no voy por allí, así que el pantalón lleva el
mismo tiempo sin lavarse. También sin usarse. Estaba limpio. Pero, ya de paso,
me vino a la memoria aquel breve viaje.
Lo mismo me pasa a menudo con
mi abrigo. Es habitual que me eche la mano a uno de sus bolsillos, para guardar
algo o para sacar lo que he metido unos minutos antes, y encuentre un billete
de metro de París, la entrada de un museo de Roma u objetos menos glamurosos
como una tarjeta de visita o un folio doblado en cuatro partes con notas de una
reunión. Y eso por no hablar de mi cartera. Sus innumerables ranuras esconden
reliquias como dos pases del transporte público de Nueva York (de hace 5 años),
mi primer carné de estudiante universitario (de hace 13 años), un bonobús de
Málaga (de cuando trabajé allí hace 3 años)…
Habrá quien piense que soy un
desastre. Si me quieren un poco y le echan imaginación podrían decir que,
además de en la cabeza, me gusta llevar recuerdos de mi vida en los bolsillos.
Me consta que no soy el único al que le pasa. Eso sí, dudo que nadie pueda
superar el objeto más curioso que me he encontrado. Aunque no recuerdo su
origen exacto, creo imaginar de dónde viene. Pero no por eso dejé de reírme
cuando, al menos un par de años después de haber cubierto mi último acto
electoral, un día me encontré en el bolsillo de una cazadora una piruleta con
un envoltorio del Partido Popular.
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