“Oye, ¿este domingo es cuando
hay que votar?”. Esta es la atención que presta una parte importante de la
ciudadanía a las elecciones europeas. Después de dos semanas de calles
empapeladas, espacios publicitarios en los telediarios y saturación de
mensajes, todavía hay quien no tiene claro cuándo son las elecciones europeas. Las
instituciones comunitarias y los candidatos deberían hacérselo mirar.
Hace casi 30 años que España
entró en Europa (entonces la CEE; ahora la UE) y a la gente sigue sin
importarle demasiado todo este tinglado. Será porque Bruselas nos pilla muy
lejos, porque casi nadie ha ido por allí en su vida, porque el mérito de lo que
llega de Europa se lo apuntan siempre los políticos nacionales, porque la culpa
de los problemas que vienen de fuera se la echamos siempre a la Merkel y nunca
a Durao Barroso…
También contribuye a todo esto
el hecho de que tanto la campaña como los comicios se plantean como una
continuación de la vida política nacional. El PP critica la incompetencia del
gobierno de Zapatero, el PSOE se ceba con Aznar y con Rajoy, los partidos
pequeños centran sus mensajes en la crisis y en los líderes nacionales y todos
se dedican a echarse en cara que tu candidato ha dicho esto y la tuya ha soltado
esto otro. Y la política, ¿dónde está? La respuesta fácil sería que a la gente
no le interesa la política. También cabe la posibilidad de que a quienes no les
interese hablar de ella sea a los políticos. O, simplemente, no están
preparados para hacerlo.
Con este panorama, todavía hay
quien se erige en adalid de la democracia más purista y recuerda que solo el
ejercicio del voto legitima para después quejarse de nuestros representantes
políticos. Me parece que es un razonamiento demasiado simple. La abstención
tiene muchas lecturas: la primera, que es la que les preocupa, es el pasotismo
de la población frente a las instituciones que condicionan su vida; pero
también hay que considerar la desazón con un sistema que no da respuestas a sus
miembros o la ausencia de una candidatura con la que sentirse identificado. ¿O
es que, finalmente, hay que votar al menos malo?
Hay mucho trabajo por hacer. Y
en esta época en que la prioridad es la recuperación económica, no vendría mal
que alguien se preocupara por acompañar este proceso de otro que fomente la
recuperación política y social. Además de conseguir que se vuelva a mover el
dinero, no vendría mal conseguir una sociedad que participe de su propio
funcionamiento, que se enorgullezca de sus triunfos y que castigue los errores
de quienes la representan. Pero me temo que el poder de la salida fácil siempre
es más tentador.
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