domingo, 25 de mayo de 2014

Votar o no votar y otros dilemas dominicales

“Oye, ¿este domingo es cuando hay que votar?”. Esta es la atención que presta una parte importante de la ciudadanía a las elecciones europeas. Después de dos semanas de calles empapeladas, espacios publicitarios en los telediarios y saturación de mensajes, todavía hay quien no tiene claro cuándo son las elecciones europeas. Las instituciones comunitarias y los candidatos deberían hacérselo mirar.

Hace casi 30 años que España entró en Europa (entonces la CEE; ahora la UE) y a la gente sigue sin importarle demasiado todo este tinglado. Será porque Bruselas nos pilla muy lejos, porque casi nadie ha ido por allí en su vida, porque el mérito de lo que llega de Europa se lo apuntan siempre los políticos nacionales, porque la culpa de los problemas que vienen de fuera se la echamos siempre a la Merkel y nunca a Durao Barroso…

También contribuye a todo esto el hecho de que tanto la campaña como los comicios se plantean como una continuación de la vida política nacional. El PP critica la incompetencia del gobierno de Zapatero, el PSOE se ceba con Aznar y con Rajoy, los partidos pequeños centran sus mensajes en la crisis y en los líderes nacionales y todos se dedican a echarse en cara que tu candidato ha dicho esto y la tuya ha soltado esto otro. Y la política, ¿dónde está? La respuesta fácil sería que a la gente no le interesa la política. También cabe la posibilidad de que a quienes no les interese hablar de ella sea a los políticos. O, simplemente, no están preparados para hacerlo.

Con este panorama, todavía hay quien se erige en adalid de la democracia más purista y recuerda que solo el ejercicio del voto legitima para después quejarse de nuestros representantes políticos. Me parece que es un razonamiento demasiado simple. La abstención tiene muchas lecturas: la primera, que es la que les preocupa, es el pasotismo de la población frente a las instituciones que condicionan su vida; pero también hay que considerar la desazón con un sistema que no da respuestas a sus miembros o la ausencia de una candidatura con la que sentirse identificado. ¿O es que, finalmente, hay que votar al menos malo?

Hay mucho trabajo por hacer. Y en esta época en que la prioridad es la recuperación económica, no vendría mal que alguien se preocupara por acompañar este proceso de otro que fomente la recuperación política y social. Además de conseguir que se vuelva a mover el dinero, no vendría mal conseguir una sociedad que participe de su propio funcionamiento, que se enorgullezca de sus triunfos y que castigue los errores de quienes la representan. Pero me temo que el poder de la salida fácil siempre es más tentador.

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