miércoles, 10 de diciembre de 2014

Tintín en Madrid (I) - Provincias

Todo lugar que se precie debe tener un tópico que define su naturaleza o la de sus habitantes. En el caso de Madrid, la creencia popular dice que los madrileños son unos chulos y que se sienten un escalón por encima del resto del país. Aunque lo políticamente correcto es decir que todo eso no tiene justificación, es innegable que algo hay. Y no todo es culpa de los habitantes de la capital. Los de fuera lo ponen demasiado fácil algunas veces.

El prototipo de familia –papá, mamá, niña de la mano y niño en el carrito– entra en un vagón de la línea 1 del metro, que recorre las zonas más céntricas y más transitadas de la ciudad. A pesar de que el tren va atestado de gente, no se les ocurre coger en brazos al pequeño y plegar la sillita. Apenas consiguen avanzar y se quedan frente a la puerta. El resto de pasajeros tiene que apretarse un poco más y esquivarlos cada vez que quieren bajar en una estación. Así que, en tan solo unos segundos, se convierten en el centro de atención de los demás viajeros.

A su lado se encuentra otra familia del mismo estilo. No se conocen, pero en seguida entablan relación. Unos son de un pueblo de Badajoz y los otros de Rota (Cádiz). Es fácil saberlo, porque hablan prácticamente a gritos y se cuentan los unos a los otros las primeras anécdotas de su paso por Madrid. Entre el resto del pasaje se cruzan miradas y sonrisas que delatan una mezcla de simpatía y vergüenza ajena.

Y, cuando todo el vagón está pendiente de su conversación, uno de ellos se para a pensar dónde está metido y cómo funciona aquello: “oye, ¿y esto gastará mucha gasolina o va por el cable de la luz?”. Dudas de la gente de provincias que dan pie a que los de la capital se rían un rato. Los de la capital y cualquiera que haya visto desde el andén un convoy que se acerca desde el túnel soltando chispaos. Pero quizá el que pregunta llegó anoche al hotel en su coche y se está montando en metro por primera vez esta mañana.

Más allá de la anécdota puntual, la ciudad ofrece decenas de situaciones en las que fácil delatarse como forastero. Como esos que otean el horizonte despreocupados desde el centro de las escaleras mecánicas sin darse cuenta de que interrumpen el paso de gente que va con prisas. O los que se gritan de un lado a otro de la calle tratando de mantener unido a su grupo entre la marea humana que sube por cualquiera de las cuestas que desembocan en la Plaza Mayor. Seguramente son más los visitantes que se mezclan fácilmente con las masas locales y pasan desapercibidos. Pero aun queda demasiada gente para la que salir de su tierra es una excepción y pasear por la capital es toda una aventura. Y después se molestan porque los del Foro presuman de capitalidad.

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