domingo, 1 de febrero de 2015

Tintin en Montenegro (II) - El vuelo de Podgorica

No es que me pase la vida subido en un avión, pero de tanto viajar es posible que un día de estos cumpla el vuelo número 100. Comento esto para dar su justo valor a la siguiente afirmación: nunca había visto nada igual como el vuelo de Podgorica. Vale que las líneas de bajo coste han degradado bastante el transporte aéreo y el halo de prestigio que otrora los rodeaba, pero este avión me recuerda demasiado al autobús de Cádiz.

Viajo en las últimas filas del avión. Como siempre, procuro embarcar de los primeros, así que la espera mientras los demás suben al avión me coge ya sentado y con mi maleta colocada en el portaequipajes. El problema es que, a la vez que el resto de viajeros, la fría brisa londinense se cuela por la puerta trasera del avión y me tiene prácticamente congelado en mi asiento.


Mi asiento que en realidad no es mi asiento. Porque cuando he subido, a pesar de ser de los primeros, alguien había cogido ya mi sitio. “¿No te importa cambiarte? Tenemos toda la fila“. Toda la fila menos mi asiento. Aunque la verdad es que salgo ganando, porque me he quedado con un sitio de ventanilla.

Pero yo no soy el único al que han cambiado el sitio. En los minutos siguientes veo a dos o tres viajeros que hablan con las azafatas y les comentan el mismo problema. Eso por no hablar de otros a los que simplemente no les ha gustado su compañero de al lado y quieren mudarse a los asientos vacíos de las últimas filas del avión. Sin embargo, cosas de Ryanair y del equilibrio del aparato, la tripulación solo permite cambiarse a los que ya viajan en la parte de atrás del avión, pero no a los que lo hacen en la zona de las alas.

Todo un revuelo a las ocho y media de la mañana que más recuerda a un autobús de colegio o al Comes de Sevilla a Cádiz, donde las viejas te pegan con el bolso porque quieren tu asiento y los chaveas te piden que le cambies el sitio para poder ir junto a su churri. Claro, es lo que tiene pagar menos de 30 euros por hacer un viaje de 3.000 kilómetros. Pero, de entre la decena de vuelos que he hecho con Ryanair, este se lleva la palma.


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