lunes, 21 de diciembre de 2015

Tintín en Italia (I) - Un café en la esquina



Siempre he sido partidario de desayunar en casa, recién levantado, para tomar fuerzas desde el primer momento de cara al resto del día. Pero cuando no se puede, no se puede. Además, para mi sorpresa, el desayuno es una comida bastante barata en Roma. En comparación con los precios de almuerzos y cenas, llama la atención que el primer bocado del día es incluso más barato que en España.

Es sábado por la mañana y todos duermen aún en casa después de haber disfrutado la noche del viernes en algún tugurio de los alrededores. Yo, que soy de sueño intenso pero corto, no aguanto más en la cama. Así que me levanto sigilosamente y bajo al bar de la esquina.


Es un bar cualquiera de un barrio cualquiera. Lo regenta y atiende una familia de asiáticos. Digo yo que son una familia, aunque a lo mejor son solo amigos. Hoy está más lleno de lo habitual, así que me tengo que quedar de pie en la barra. Pero el servicio es rápido, así que en un minuto tengo delante de mí un cappuccino, un cruasán y un vaso de agua. No soy un gran cafetero, pero en este viaje he bebido dos o tres al día. Será verdad que en Italia el café está más bueno.

A mi alrededor, todo tipo de personas comienzan su fin de semana disfrutando del placer de que te preparen el desayuno. En las mesas veo a parejas jóvenes, señoras mayores, familias con niños… Pero finalmente mi atención se queda fija en un par de hombres que deben rondar los setenta años y que se acodan en la barra junto a mí. Mientras la mayoría de la concurrencia disfruta de un café en sus diversas modalidades, los caballeros optan por un campari. Supongo que es el equivalente romano de los que acostumbran a entrar en calor con un chispazo de anís por la mañana. Eso sí, esto parece más refinado.

Junto a la entrada hay una mesita con periódicos del día. Agarro un ejemplar de La Repubblica y ojeo las primeras páginas. Me entero que Joe Biden, el vicepresidente americano, está en la ciudad. Quizá eso explique la cantidad de coches de policía que vi el día anterior. Pero todo eso sucede muy lejos de allí: en la misma ciudad, pero en otro mundo. A mi lado, los dos caballeros discuten quien invita a quién; al otro lado de la barra, los camareros tratan de sortear a un pequeño niño asiático que corretea despreocupado de acá para allá; y yo, mientras sostengo la taza de café en una mano y paso la página del diario con la otra, me he olvidado de mi Tablet y mi cola-cao. Me estaré haciendo mayor. Lo próximo será sentarse con los viejecillos que disfrutan desde los bancos de la plaza del sol otoñal que trae un poco de calor después de esta semana tan fría.

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