La película
Casino Royal tiene una escena en la que James Bond viaja por Montenegro en un
tren. La primera imagen es de un convoy último modelo, al estilo de los
modernos trenes de alta velocidad, que atraviesa el accidentado relieve
balcánico en plena noche. A continuación, se ve el interior de un confortable
vagón, con amplios asientos de piel, en el que 007 encuentra a la chica Bond de
turno.
Como podréis
imaginar, mi experiencia no ha tenido nada que ver con esto. Montenegro solo
dispone de una línea ferroviaria, la que une Bar –principal puerto de
mercancías del país– con la capital, Podgorica, y con Serbia. Seguro que vivió
tiempos mejores, pero en pleno siglo XXI parece obsoleta y descuidada. Sin
embargo, en este caso, para mí es el medio perfecto para llegar a mi primer
destino: Belgrado.
Subo al tren
unos minutos después de las siete de la tarde, coincidiendo con la vuelta al
interior del país de cientos de jóvenes y familias que han decidido pasar el
día en las playas del Adriático. Acaban de suspender un tren local que debería haberlos
llevado de vuelta a sus pueblos, así que todos ellos se unen al ya de por sí
considerable pasaje que cada día viaja desde Montenegro a la vecina Serbia.
Entre
mochileros, playeros y demás gente de bien, consigo abrirme paso por el
estrecho pasillo hasta mi asiento. Está en un compartimento con seis butacas de
color burdeos –viejas, pero razonablemente cómodas– y, por supuesto, cuando
llego ya está ocupado. Así que le indico a la pasajera usurpadora que ese es mi
sitio. Naturalmente, no entiende una palabra de lo que le digo. Es hora de
poner en marcha mis mejores habilidades comunicativas: con una mano agito el
billete ante ella y con el dedo índice de la otra señalo el papel. Por fin lo
comprende, se levanta y se apretuja en el asiento de enfrente con otra chica
que, deduzco, debe ser su hermana.
La alineación la
completan un chico de unos 13 años, el tercer hermano de la familia; un hombre
de alrededor de 50, el único de todos que sabe algo de inglés; y una señora
mayor que viaja junto a su hijo enfermo, al que constantemente toca la frente
para comprobar cómo va la fiebre. Pero eso no es todo: tenemos equipo suplente.
En la puerta del compartimento viajan otros tres jóvenes que permanecen en pie
frente a la ventana, fumando y bebiendo cerveza, y que aprovechan cada vez que
alguno de nosotros se levanta para sentarse un rato. Al final, se establece un
pacto tácito por el que los varones del compartimento, a excepción del enfermo,
vamos rotando.
Durante la
primera hora de viaje puedo ver por la ventanilla como la luz rosácea del
atardecer cubre las montañas montenegrinas y el lago Skadar, que hace frontera
con Albania y que atravesamos sobre un antiguo puente metálico. A mí alrededor
escucho risas y una interminable conversación en un idioma que ya me resulta
familiar pero aún bastante incomprensible. De fondo, un sonoro y cadencioso
traqueteo me acompaña durante todo el viaje.
Mi única
posibilidad de comunicación se baja en Podgorica. Poco después, el enfermo
sufre un fuerte ataque de tos y su madre le pone una bolsa de plástico en la
boca que llega justo a tiempo antes de que comience a vomitar. Se bajan en la
siguiente estación. Al menos, ya tenemos un asiento para cada uno, pero esto
sigue sin parecerse en nada al viaje de 007 por los Balcanes.
La chica Bond,
que en este caso sería la mayor de las hermanas, podría ser el único nexo de
unión, forzando un poco la historia. No está mal, aunque debo de sacarle al
menos diez años. Después de no sé cuántas horas, se anima y me dice “Hi!”, con
lo que interpreto que tiene ganas de hablar. Pero no es que sepa inglés, así
que mantenemos una conversación extraña e insustancial. Lo más interesante que
me cuenta –no me preguntéis cómo lo entiendo, pero lo hago– es que lo único que
sabe decir en español es “te amo”. ¿Casualidad o quería decirme algo? James no
se lo hubiera pensado dos veces. Pero yo, que soy más prudente, intuyo que,
antes de intentar nada, quizá debería pedirle el carné de identidad para evitar
posibles problemas con la justicia.
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