miércoles, 12 de agosto de 2015

Tintín en Baviera (II) - De los Balcanes a Alemania

Ya son varias las visitas que he hecho a distintas partes de Alemania en los últimos años. Y siempre, en algún momento de mi viaje, me pongo a pensar en lo palpables que son aún las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en el país. Sin embargo, unos meses viviendo en los Balcanes, que sufrieron un conflicto mucho más recientemente, me han ayudado a ver las cosas con otra perspectiva y a añadir más matices a mis primeras reflexiones.

La zona de Montenegro en la que vivo no fue de las más afectadas por la guerra. No es habitual encontrar edificios dañados o infraestructuras destruidas. Los rastros del conflicto quedan solamente en las mentes de los habitantes de la zona. Y, por lo general, los guardan muy adentro, así que no son evidentes a primera vista. La cosa cambia si se viaja a otras zonas, donde aún quedan marcas de balas en las fachadas o áreas minadas junto a las carreteras.

En Alemania ha pasado medio siglo más y todo es distinto. De hecho, lo más destacado es la notable presencia en el centro de las ciudades de edificaciones modernas, que vinieron a ocupar el hueco de las destruidas. En el mismo sentido que ya he hablado en viajes anteriores de Berlín y Dresde, esta vez me ha llamado especialmente la atención el caso de Núremberg, si bien en Múnich sucede algo parecido.


Aún quedan iglesias, palacios y restos de murallas con varios siglos de antigüedad, gracias al especial empeño de las autoridades y de la sociedad en general en su mantenimiento y restauración, en los casos en que esta ha sido necesaria. Pero a su alrededor se levantan calles y plazas donde predominan construcciones que, aunque intentan respetar la estética de la zona, no pueden ocultar su juventud (en la foto, la Weißen Turm o Torre Blanca de Núremberg en medio de una calle completamente remodelada). Intento hurgar en mi memoria para encontrar otro caso similar, pero solo me vienen a la cabeza paseos por el casco histórico de otras ciudades europeas –París, Londres, Roma, Viena, Praga…– en las que esto no sucede o, en todo caso, lo hace de manera aislada y anecdótica.

El tiempo transcurrido marca, indudablemente, la principal diferencia entre los dos casos expuestos. Mientras los balcánicos tienen aún reciente y presente su historia, los alemanes han optado por pasar página de manera elegante, limpiándose la cara y dejando el pasado para los libros y los paneles informativos que, eso sí, no faltan en cualquier lugar de interés.

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