Ya son varias
las visitas que he hecho a distintas partes de Alemania en los últimos años. Y
siempre, en algún momento de mi viaje, me pongo a pensar en lo palpables que
son aún las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en el país. Sin embargo,
unos meses viviendo en los Balcanes, que sufrieron un conflicto mucho más
recientemente, me han ayudado a ver las cosas con otra perspectiva y a añadir
más matices a mis primeras reflexiones.
La zona de
Montenegro en la que vivo no fue de las más afectadas por la guerra. No es
habitual encontrar edificios dañados o infraestructuras destruidas. Los rastros
del conflicto quedan solamente en las mentes de los habitantes de la zona. Y,
por lo general, los guardan muy adentro, así que no son evidentes a primera
vista. La cosa cambia si se viaja a otras zonas, donde aún quedan marcas de
balas en las fachadas o áreas minadas junto a las carreteras.
En Alemania ha
pasado medio siglo más y todo es distinto. De hecho, lo más destacado es la notable
presencia en el centro de las ciudades de edificaciones modernas, que vinieron
a ocupar el hueco de las destruidas. En el mismo sentido que ya he hablado en
viajes anteriores de Berlín y Dresde, esta vez me ha llamado especialmente la
atención el caso de Núremberg, si bien en Múnich sucede algo parecido.
Aún quedan
iglesias, palacios y restos de murallas con varios siglos de antigüedad,
gracias al especial empeño de las autoridades y de la sociedad en general en su
mantenimiento y restauración, en los casos en que esta ha sido necesaria. Pero
a su alrededor se levantan calles y plazas donde predominan construcciones que,
aunque intentan respetar la estética de la zona, no pueden ocultar su juventud (en la foto, la Weißen Turm o Torre Blanca de Núremberg en medio de una calle completamente remodelada).
Intento hurgar en mi memoria para encontrar otro caso similar, pero solo me
vienen a la cabeza paseos por el casco histórico de otras ciudades europeas
–París, Londres, Roma, Viena, Praga…– en las que esto no sucede o, en todo
caso, lo hace de manera aislada y anecdótica.
El tiempo
transcurrido marca, indudablemente, la principal diferencia entre los dos casos
expuestos. Mientras los balcánicos tienen aún reciente y presente su historia,
los alemanes han optado por pasar página de manera elegante, limpiándose la
cara y dejando el pasado para los libros y los paneles informativos que, eso
sí, no faltan en cualquier lugar de interés.
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