Una cicatriz es una marca que
recuerda la existencia de una herida ya sanada. Algo así sucede en Berlín.
Aunque el Muro, esa brecha que dividió la ciudad en dos, ha desaparecido,
todavía quedan rasgos que recuerdan su existencia. Estuve allí por primera vez
hace ahora diez años y me impresionó, no tanto por su belleza sino por todas
las historias que aquel lugar tenía que contar. Me propuse volver y, dos años
después, lo conseguí. Apenas fue una tarde de paseo, fría y oscura, de finales
de diciembre. Pero no por ello menos interesante que la primera. En estos días,
en que se recuerda el veinticinco aniversario de la caída del muro, no dejo de
pensar en volver a pasear otra vez por sus calles.
Las secuelas más evidentes son
las físicas. Es fácil toparse con trozos de muro repartidos por todo Berlín,
convertidos ahora en atracciones turísticas. Menos vistosos, aunque para mí mucho
más llamativos, fueron algunos solares vacíos que encontré en pleno centro
urbano, donde nada había tapado la brecha que durante décadas partió la ciudad.
Y, cómo no, los contados puntos de paso entre las dos partes. El más conocido
quizá es el Checkpoint Charlie, que dividía la Friedrichstrasse en dos y que
aun hoy sobrevive con su caseta, su cartel de aviso y una pequeña pila de sacos
a modo de barricada. Pero basta con curiosear un poco para descubrir calles o
puentes que cumplían la misma función y que todavía encierran tantas historias
de deserciones, detenciones o intercambios de prisioneros.
Junto a lo visible, el otro
rastro del muro sobrevive en las mentes de sus vecinos. Todos tenemos cientos
de anécdotas que contar sobre nuestra ciudad. Para los berlineses de cierta
generación, gran parte de ellas tiene que ver con el Muro. Viajando en coche
desde el aeropuerto de Schönefeld hacia el centro de la ciudad, un alemán de
unos cincuenta años me cuenta: “cuando yo era pequeño, al final de esta calle
había un muro. Nunca supe lo que había detrás hasta muchos años después”. Una historia
bastante simple, pero que me da mucho que pensar siempre que la recuerdo. Hoy
nos resulta fácil pasear por las calles de medio mundo sin salir de casa
gracias a algunas aplicaciones. Hace no tanto tiempo, una pared de hormigón era
suficiente para ocultar y separar dos mundos tan cercanos.
Como en todo conflicto,
también quedan historias legendarias. El mismo berlinés me habla de un
concierto de los Rolling Stones en el sector occidental que hizo que cientos de
sus vecinos orientales se congregasen cerca del Muro para tratar de escuchar a
sus satánicas majestades. “¡Podían parar a las personas, pero no podían parar
el sonido!”. Muy bonito, pero no del todo cierto. Por lo que he podido
averiguar después, la verdadera historia es que, en 1969, se extendió a ambos
lados de la ciudad el rumor de que los Rolling iban a dar un concierto en una
azotea del Berlín occidental. Efectivamente, una multitud de jóvenes del Este
se acercó lo más que pudo al otro lado del Muro... Y la Stasi se dedicó a
detener a todo el que pilló por allí. Eso sí, por una vez la historia tiene un
final feliz: este año, Mick Jagger y los suyos han vuelto a Berlín para ofrecer
un concierto conmemorativo de aquel que nunca dieron.
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