Núremberg se
hizo un nombre en la historia del siglo XX por haber acogido los procesos
judiciales para exigir responsabilidades por todos los crímenes que se
imputaban a la Alemania nazi después de la Segunda Guerra Mundial. Pero ya
antes de eso, Hitler y los suyos habían elegido la ciudad como su centro de
operaciones propagandístico. De Núremberg son, por ejemplo, las primeras
imágenes cinematográficas que se filmaron sobre las concentraciones nazis.
También allí crearon un gran centro de documentación para archivar toda el
material relativo a sus actividades.
A unos pocos
metros de ese centro, en las afueras de la ciudad, se extiende el parque LuitpoldUn cohain,
un recinto concebido para una gran exposición industrial a principios del siglo
XX y que, gracias a sus grandes dimensiones, desde finales de los años 20 se
convirtió en escenario de multitudinarios encuentros en los que Hitler
comenzaba a fraguar su ascenso al poder. Casi un siglo después de aquellos
actos, mi visita coincide con otro evento masivo en el mismo lugar, aunque esta
vez de naturaleza mucho más agradable.
Cada año, a
finales de julio, se celebra el Klassik Open Air.
La orquesta (sinfónica o filarmónica, no recuerdo bien) de Núremberg ofrece un
concierto gratuito y al aire libre a todos sus vecinos y a cuantos curiosos
quieran acercarse. Y son muchos los que lo hacen. Muchísimos más de los que yo
hubiera imaginado para un concierto de música clásica. Sin querer dudar del
nivel cultural y los gustos musicales de los alemanes, apunto también que quizá
la principal razón de esta gran afluencia se encuentra en el carácter
gastronómico-festivo del evento.
Una hora antes
del concierto tomo el tranvía para llegar al lugar. Subo en la primera parada
de la línea, pero rápidamente se llena de lugareños cargados de mesas, sillas y
toda clase de viandas que se dirigen al mismo lugar que yo. Así que, ya en el
camino, me voy haciendo una idea de lo que voy a encontrar allí. Pero no, mis
expectativas se ven ampliamente desbordadas cuando llego al lugar de los
hechos.
El escenario
está instalado en uno de los fondos de una amplia pradera, delimitada por
árboles en algunas zonas y por un camino asfaltado en forma de anillo que la
rodea. Miles de familias, que aparentemente llevan allí desde por la mañana
para coger un buen sitio, ocupan el lugar con mesas, mantas, neveras y todo lo
necesario para pasar un domingo de picnic. Pero la escena es la misma en la
ladera de la pequeña colina que se levanta en el fondo opuesto al escenario y al
otro lado del camino que rodea la parte central, desde donde los árboles y la
distancia impiden ver el escenario.
También fuera
del anillo central hay una zona donde la organización ha dispuesto mesas
alargadas, al estilo de las de cualquier cervecería, y un sinfín de puestos en
los que se pueden comprar bretzels, salchichas, frutos secos, gominolas y, por
supuesto, cerveza. Curiosamente, la cola más larga de la zona no conduce al
mostrador de ninguno de estas casetas, sino a una fila de urinarios portátiles
dispuestos junto a una de las puertas del recinto. A pesar de encontrarse en un
amplio parque en el que cualquier español hubiera encontrado un árbol que
regar, los alemanes aguardan pacientes para vaciar sus vejigas.
El comienzo del
concierto me sorprende sentado a una de estas largas mesas y cerveza en mano. A
mi lado, tres señoras charlan y disfrutan de una copita mientras la música
suena de fondo. Y parece que todo el mundo a mi alrededor hace lo mismo. Solo
una pareja permanece atenta a la orquesta y mira al frente con la mirada
perdida en algún lugar del horizonte.
Aprovecho los
caminos abiertos entre la multitud para colarme en la pradera central. Conforme
cae la noche los asistentes empiezan a sacar bengalas y la oscura pradera se
llena de los destellos y chisporroteos de los inofensivos artefactos
pirotécnicos. En algún rincón del recinto encuentro carteles informativos que
recuerdan los usos que anteriormente tuvo el lugar. Pero no parece que a muchas
de las 20.000 personas que según los organizadores se concentran allí esta
noche les importe mucho. Donde antes se daban discursos políticos cargados de
odio, hoy reina la música. Quizá todavía haya esperanza para la humanidad.
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