jueves, 13 de agosto de 2015

Tintín en Baviera (III) - Un concierto en el parque

Núremberg se hizo un nombre en la historia del siglo XX por haber acogido los procesos judiciales para exigir responsabilidades por todos los crímenes que se imputaban a la Alemania nazi después de la Segunda Guerra Mundial. Pero ya antes de eso, Hitler y los suyos habían elegido la ciudad como su centro de operaciones propagandístico. De Núremberg son, por ejemplo, las primeras imágenes cinematográficas que se filmaron sobre las concentraciones nazis. También allí crearon un gran centro de documentación para archivar toda el material relativo a sus actividades.

A unos pocos metros de ese centro, en las afueras de la ciudad, se extiende el parque LuitpoldUn cohain, un recinto concebido para una gran exposición industrial a principios del siglo XX y que, gracias a sus grandes dimensiones, desde finales de los años 20 se convirtió en escenario de multitudinarios encuentros en los que Hitler comenzaba a fraguar su ascenso al poder. Casi un siglo después de aquellos actos, mi visita coincide con otro evento masivo en el mismo lugar, aunque esta vez de naturaleza mucho más agradable.

Cada año, a finales de julio, se celebra el Klassik Open Air. La orquesta (sinfónica o filarmónica, no recuerdo bien) de Núremberg ofrece un concierto gratuito y al aire libre a todos sus vecinos y a cuantos curiosos quieran acercarse. Y son muchos los que lo hacen. Muchísimos más de los que yo hubiera imaginado para un concierto de música clásica. Sin querer dudar del nivel cultural y los gustos musicales de los alemanes, apunto también que quizá la principal razón de esta gran afluencia se encuentra en el carácter gastronómico-festivo del evento.

Una hora antes del concierto tomo el tranvía para llegar al lugar. Subo en la primera parada de la línea, pero rápidamente se llena de lugareños cargados de mesas, sillas y toda clase de viandas que se dirigen al mismo lugar que yo. Así que, ya en el camino, me voy haciendo una idea de lo que voy a encontrar allí. Pero no, mis expectativas se ven ampliamente desbordadas cuando llego al lugar de los hechos.

El escenario está instalado en uno de los fondos de una amplia pradera, delimitada por árboles en algunas zonas y por un camino asfaltado en forma de anillo que la rodea. Miles de familias, que aparentemente llevan allí desde por la mañana para coger un buen sitio, ocupan el lugar con mesas, mantas, neveras y todo lo necesario para pasar un domingo de picnic. Pero la escena es la misma en la ladera de la pequeña colina que se levanta en el fondo opuesto al escenario y al otro lado del camino que rodea la parte central, desde donde los árboles y la distancia impiden ver el escenario.


También fuera del anillo central hay una zona donde la organización ha dispuesto mesas alargadas, al estilo de las de cualquier cervecería, y un sinfín de puestos en los que se pueden comprar bretzels, salchichas, frutos secos, gominolas y, por supuesto, cerveza. Curiosamente, la cola más larga de la zona no conduce al mostrador de ninguno de estas casetas, sino a una fila de urinarios portátiles dispuestos junto a una de las puertas del recinto. A pesar de encontrarse en un amplio parque en el que cualquier español hubiera encontrado un árbol que regar, los alemanes aguardan pacientes para vaciar sus vejigas.

El comienzo del concierto me sorprende sentado a una de estas largas mesas y cerveza en mano. A mi lado, tres señoras charlan y disfrutan de una copita mientras la música suena de fondo. Y parece que todo el mundo a mi alrededor hace lo mismo. Solo una pareja permanece atenta a la orquesta y mira al frente con la mirada perdida en algún lugar del horizonte.

Aprovecho los caminos abiertos entre la multitud para colarme en la pradera central. Conforme cae la noche los asistentes empiezan a sacar bengalas y la oscura pradera se llena de los destellos y chisporroteos de los inofensivos artefactos pirotécnicos. En algún rincón del recinto encuentro carteles informativos que recuerdan los usos que anteriormente tuvo el lugar. Pero no parece que a muchas de las 20.000 personas que según los organizadores se concentran allí esta noche les importe mucho. Donde antes se daban discursos políticos cargados de odio, hoy reina la música. Quizá todavía haya esperanza para la humanidad. 

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