martes, 28 de diciembre de 2010

Fun, fun, fun

La Navidad me parece una época del año bastante contradictoria. Principalmente porque la gente celebra con toda clase de lujos la llegada al mundo de un niño al que, según cuentan, lo que le faltó al nacer fueron precisamente comodidades. Porque eso del pesebre suena muy bonito y con los años parece que ha ganado un toque de glamour – como si San José y María estuvieran de turismo rural – pero en realidad aquello no era más que un corral de mala muerte lleno de bichos. Sin embargo, pocos de los que estos días se sientan a la mesa con familiares y amigos se paran a pensarlo mientras se ponen hasta el tapón de comer y beben y beben como los peces del villancico.

Después está aquello de la época de la felicidad, los reencuentros y tal. Pero cada vez encuentro a más gente a la que la Navidad le entristece. Quizá sea porque los días libres dejan tiempo para sacar a la luz recuerdos de épocas mejores, quizá porque se van dando cuenta de que cada vez faltan más miembros de la familia, por tener que poner cara de alegría cuando a uno no le apetece o por esa sensación de felicidad empalagosa y artificial que inunda todo durante estos días.

Y, como no, los regalos. Hacerlos debe ser un placer, aunque cada vez más resultan una obligación. Para eso existen los productos comodín, que sirven para cualquiera a quien no se sabe qué regalar. Están el par de babuchas, el pijama, el jersey, la pluma, la bufanda, el pañuelo... Para los niños está el recurso de preguntar a los padres, que te adjudicarán un juguete de nombre impronunciable que podrás encontrar en cualquier gran superficie. Y marrón solucionado.

Este año, Milú y yo vamos a hacer una campaña a favor del entretenimiento tradicional: juegos de mesa y playmobil. A ver si los destinatarios disfrutan tanto jugando como nosotros buscando. Fun, fun, fun: ¡diversión!


PRÓXIMAMENTE EN SUS PANTALLAS

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