Por los jardines del hotel y por la playa circulan más de una docena de personajes ataviados con polos de colores que ofrecen al visitante todo lo que pueda desear. Desde una excursión hasta farlopa. Por supuesto el tono de voz varía desde los gritos cuando te ven en la distancia al susurro según sea la índole de la transacción.
Y uno de esos es Cecilio: polo blanco, piel tostada y cuerpo rechoncho. El primer día nos prometió que nos iba a reservar una sombrilla en la playa. Nunca lo hizo. Le cuesta levantarse temprano, porque él es más de trasnochar y eso se nota al día siguiente. Pero no parece preocuparle haber faltado a su promesa. Al contrario, nos busca cada mañana para darnos palique y ponernos al día de cada detalle de la vida del dominicano.
Pero detrás de tanta charla había un plan. Como buen mafioso intentó jugárnosla y, como viajeros experimentados, nosotros no lo permitimos. ¡Ay amigo, con busnos has topado!. Sin embargo, como en el fondo somos buenas personas, nos quedamos con lo positivo y volvemos a casa con un recuerdo simpático de aquel gordito charlatán que cada mañana llegaba más resacoso y que, recostado sobre el tronco curvado de una palmera, nos contaba sus batallitas entre bostezo y bostezo. ¡Menudo personaje! Eso sí, como dice Cecilio al terminar cada conversación, “no se lo cuenten a nadie, porque me puedo buscar un problema”.
Siempre que haya una buena historia que escuchar, abre bien los oídos, con cautela pero también con disposición. De todo se aprende.
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