Los lectores habituales
pensarán que hace tiempo que no escribo. Se equivocan. Simplemente hace tiempo
que no publico nada. Me resisto a compartir ciertas cosas. Será que me he
vuelto demasiado egoísta,
Hace un rato he empezado a
revisar textos antiguos. En principio, la idea no ha tenido ninguna relación
con el pensamiento anterior. En realidad, buscaba algo que no recordaba si
había escrito o no. Aunque bien parece una sugerencia de mi subconsciente a
tenor del anterior pensamiento. He subrayado varios fragmentos de alguno de
los ficheros que he abierto. Cosas que me han gustado, frases que quizá vuelva
a utilizar. Pero, en particular, me ha llamado la atención este párrafo:
“A estas horas de la noche, a
media luz, la escena se me parece demasiado a cualquier noche de hace diez o
doce años. Solo, escuchando canciones que por un momento me revelan el sentido
de la vida y pensando en las mismas cosas que entonces. (…) Cambian las
circunstancias de mis reflexiones, cambian los cantantes, pero el guion de la película
mantiene su estructura”.
El texto es de la primavera de
2012. Aunque lo había dejado a medias – apenas tres párrafos – sí
que le había puesto un titular: Peter Pan. Un poco cruel quizá. Lo que ha
llamado mi atención de ese fragmento es que esta noche podría escribir
prácticamente lo mismo. Hay cosas que no cambian por más velas que sople cada mes de
octubre. No es que eso me pese, pero sí me hace pensar. El otro día hice el experimento de buscar un hecho reseñable por cada
año de mi vida. Al final, me abstuve de publicarla para no aburrir al personal.
Había escenas puntuales, nuevas actitudes que surgieron en una determinada
etapa, decisiones que dieron un giro a mi vida. Y entre todos ellos hay muchas
cosas que, a pesar de los años, no han cambiado en absoluto.
“Con tres años me llevaron de excursión al Puerto de Santa María para
montarme en tren, por la fijación que tenía yo con los cacharros aquellos”.
“Con once comenzó mi afición por la radio. Me acostaba escuchándola todas
las noches”.
Pues sí, me siguen encantando los trenes. Sé que no son más que un medio
para llegar de un punto A a otro punto B. Pero tienen su magia y me apasionan desde que era un renacuajo. Hay a quien le
gustan los zapatos, que también sirven para ir de un sitio a otro. También
tienen su encanto, supongo. Y también me sigue encantando la radio. Ponerme
delante de un micro, cuando me dejan, para contarle cosas a otra gente; o escucharla
un rato antes de dormir. Sirvan estos dos ejemplos, pero hay unos cuantos más.
Previsible, estancado, constante, consecuente. Todos esos adjetivos se me ocurren a propósito de esta repetición de comportamientos. También es verdad que, al mismo tiempo, he experimentado algunos cambios radicales. Aunque esos quiza sean menos y, en cualquier caso, no caben en el capítulo de hoy.
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