La prima de riesgo, los
bonos-basura o el efecto invernadero son extraños términos que nos han metido
en la cabeza a base de bombardearnos con ellos día y noche. A menudo los usamos
con ligereza, sin saber del todo qué son, conscientes de que están ahí pero a
la vez confiados de que son realidades ajenas a nuestra vida diaria. La
globalización podría ser uno de esos conceptos, pero mi experiencia me dice
que, de todos los enumerados antes, es el que más cerca está en nuestro día a
día. Aunque seguramente se manifiesta en cosas tan cotidianas que apenas nos
damos cuenta si no nos paramos a pensarlo.
Hace casi diez años, mientras
paseábamos por los Campos Elíseos de París, mi madre me sorprendió con una
reflexión. “Antes viajabas y veías tiendas distintas. Ahora en todas partes hay
las mismas: Zara en todos lados. Fíjate lo que es la globalización”. Y cuánta
razón tenía. Por cierto, creo que esa idea tuvo algo que ver cuando, mucho tiempo
después, tuve que poner un nombre a este blog.
El verano anterior, en Berlín, fui
yo el que comenté la curiosa similitud entre la escalera de una tienda Zara en
la que entramos y la de la esquina de Tetuán y Rioja, en Sevilla. Igual de
cuadradas, con los mismos paneles de iluminación en la pared y el mismo
ascensor en el hueco. Prácticamente idénticas. Solo me faltó contar el número
de escalones. Y supongo que ese mismo esquema se repite en otras sucursales de medio
mundo.
Por aquella época también me
habían contado la historia de dos niñas. Una había estado unos días con sus
padres en Nueva York. La otra, en Jordania. Al reencontrarse, las dos querían
enseñarse una pulsera – o era un collar, me traiciona la memoria – que se
habían comprado en sus viajes. Resultó ser el mismo. Una podía haberlo encontrado
en un tenderete en algún mercadillo de Amán y la otra en cualquier tiendecita
del Soho o de China Town. A lo mejor los precios variaban bastante pero, a diez
mil kilómetros de distancia, las dos habían comprado lo mismo.
Todo esto me ha vuelto a la
cabeza esta tarde por mi última experiencia al respecto. Mientras buscaba
apartamento para mi próxima aventura, me he tropezado con nada menos que dos
apartamentos cuyas camas estaban vestidas con el mismo modelo de sábanas que yo
quité ayer de mi cama para echar a la lavadora. Por cierto, son con diferencia
mis favoritas: a grandes cuadros rojos, naranjas y alguno morado. Maldita Ikea
y maldito consumo global.
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