miércoles, 18 de septiembre de 2013

El mundo globalizado y las pequeñas cosas

La prima de riesgo, los bonos-basura o el efecto invernadero son extraños términos que nos han metido en la cabeza a base de bombardearnos con ellos día y noche. A menudo los usamos con ligereza, sin saber del todo qué son, conscientes de que están ahí pero a la vez confiados de que son realidades ajenas a nuestra vida diaria. La globalización podría ser uno de esos conceptos, pero mi experiencia me dice que, de todos los enumerados antes, es el que más cerca está en nuestro día a día. Aunque seguramente se manifiesta en cosas tan cotidianas que apenas nos damos cuenta si no nos paramos a pensarlo.

Hace casi diez años, mientras paseábamos por los Campos Elíseos de París, mi madre me sorprendió con una reflexión. “Antes viajabas y veías tiendas distintas. Ahora en todas partes hay las mismas: Zara en todos lados. Fíjate lo que es la globalización”. Y cuánta razón tenía. Por cierto, creo que esa idea tuvo algo que ver cuando, mucho tiempo después, tuve que poner un nombre a este blog.

El verano anterior, en Berlín, fui yo el que comenté la curiosa similitud entre la escalera de una tienda Zara en la que entramos y la de la esquina de Tetuán y Rioja, en Sevilla. Igual de cuadradas, con los mismos paneles de iluminación en la pared y el mismo ascensor en el hueco. Prácticamente idénticas. Solo me faltó contar el número de escalones. Y supongo que ese mismo esquema se repite en otras sucursales de medio mundo.

Por aquella época también me habían contado la historia de dos niñas. Una había estado unos días con sus padres en Nueva York. La otra, en Jordania. Al reencontrarse, las dos querían enseñarse una pulsera – o era un collar, me traiciona la memoria – que se habían comprado en sus viajes. Resultó ser el mismo. Una podía haberlo encontrado en un tenderete en algún mercadillo de Amán y la otra en cualquier tiendecita del Soho o de China Town. A lo mejor los precios variaban bastante pero, a diez mil kilómetros de distancia, las dos habían comprado lo mismo.

Todo esto me ha vuelto a la cabeza esta tarde por mi última experiencia al respecto. Mientras buscaba apartamento para mi próxima aventura, me he tropezado con nada menos que dos apartamentos cuyas camas estaban vestidas con el mismo modelo de sábanas que yo quité ayer de mi cama para echar a la lavadora. Por cierto, son con diferencia mis favoritas: a grandes cuadros rojos, naranjas y alguno morado. Maldita Ikea y maldito consumo global.

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