Hay lugares de los que uno se
marcha sabiendo que va a volver. Otros, sin embargo, quedan archivados en la
carpeta de “una vez en la vida”. Dresde estaba en ese último grupo, pero a
menudo la vida me sorprende y me lleva por caminos inesperados y resulta que, a
veces, ya he pasado por esos caminos.
Hace casi siete años que
estuve aquí por primera vez, pero la repetición me ha producido sensaciones
interesantes. He descubierto muchas cosas nuevas. Es verdad que la primera vez
vine con gente del lugar, pero también que teníamos el tiempo muy limitado. De hecho,
pasar varios días allí me ha permitido valorar el recorrido tan estudiado que
me ofrecieron la primera vez.
También he comprobado con
satisfacción que, en algún lugar de mi memoria, quedaban recuerdos útiles de la
ciudad. La segunda tarde hemos decidido cruzar el Elba y adentrarnos en la
parte más moderna. Uno de nuestros objetivos era una pequeña galería comercial
con unos patios famosos por su extraña decoración. De camino hacia allí, de
pronto he visto una pastelería en una esquina y he recordado que teníamos que
tomar esa calle. Después de un rato andando en línea recta sin encontrar la
galería he empezado a dudar. Unos cuantos metros más han terminado por darme la
razón.
Otro de mis recuerdos ha sido
simplemente una fotografía. Paseando por lo que llaman el Balcón de Europa, a
la orilla del río, he visto una imagen que me ha resultado familiar. Creo que
llegué a ponerla de fondo de escritorio en mi ordenador. Y no he podido más que
hacer otra foto. Ahora es momento de comprobar si he acertado con el encuadre.
La foto de la izquierda es del
27 de diciembre de 2006, la de la derecha del 26 de agosto de 2013. La idea era
la misma, aunque creo que la ejecución ha mejorado con los años.
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