domingo, 1 de septiembre de 2019

Tintin en China (III) - La niebla

Hay lugares donde la niebla se encaja entre las montañas y ayuda a crear un paisaje más misterioso. En Pekín, sin embargo, la impresión es la de un mundo postapocalíptico tipo Blade Runner. El primer día puede pasar por un fenómeno meteorológico, pero el tono apagado que el sol va adoptando a media tarde hace sospechar que aquello es humo y no vapor de agua. 


Después de recorrer la ciudad por unas horas, se hace evidente que el tráfico es uno de los principales problemas de la capital china. A pesar de que los cientos de miles de motos que circulan indistintamente por calzadas o aceras son eléctricas y no hacen apenas ruido, poniendo en riesgo a cada minuto la vida de los indefensos transeúntes, que no las oyen venir; a pesar de las interminables hileras de bicicletas de alquiler que se ofrecen en cada esquina, el coche es el rey en Pekín. Y las consecuencias de tanto motor de combustión se dejan notar en cualquier esquina de la gran metrópoli. 

Los llamativos colores de la arquitectura tradicional china echan de menos el contraste de un cielo azul. Desde la altura que proporcionan la Colina del Carbón o alguna de las torres de la ciudad, el horizonte se desdibuja dentro de una bruma densa que cae sobre las calles de la ciudad. Y ese aire espeso, oscuro, denso acaba cayendo sobre los pekineses, sus casas y cualquier cosa que comen. 


Pero, cual adolescente despreocupado, China está más interesada en crecer que en cuidarse. Por eso, no parece que nadie se dedique a medir y controlar las emisiones, no solo de los vehículos, sino de las innumerables fábricas que rodean las ciudades. Eso sí, los chinos de a pie lucen mascarillas de todos los modelos y colores, así que ya imaginan que aquella nube de humo en la que viven inmersos no es muy buena. 

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