miércoles, 4 de septiembre de 2019

Tintin en China (IV) - Dragones

Un telesilla nos lleva hasta lo alto de la Gran Muralla. Mientras nuestros pies cuelgan sobre un denso bosque y una fina lluvia cae sobre nosotros, vamos divisando entre las nubes más bajas las primeras piedras de la interminable fortificación. La Gran Muralla China es uno de esos monumentos de los que llevo oyendo hablar toda mi vida, así que este ha sido uno de los grandes momentos del viaje. Y la lentitud de nuestro transporte, que nos acerca poco a poco durante diez minutos interminables, no hace más que añadirle un poco de emoción. 


Cuando volvemos a poner pie a tierra, nos encontramos ante una infinita sucesión de tramos de muro y torres de vigilancia que serpentean sobre el escarpado relieve de la zona y se pierden entre las nubes. No se parece en nada a las grandes fortalezas europeas que había visitado hasta ahora, la mayoría edificadas para delimitar un recinto cerrado y asentadas en una llanura o, a veces, en lo alto de una montaña. Aquí hay escaleras y cuestas más o menos empinadas, pero apenas ningún espacio llano. 

Algunos dicen que la Muralla parece un dragón recorriendo las montañas del norte de China. De hecho, una leyenda local cuenta que el trazado exacto de su construcción se decidió siguiendo las huellas de un gran dragón que había atravesado la zona.    

Mientras otras culturas han construido sus animales mitológicos a base de mezclar especies, ponerles cuernos o alas, los chinos tiraron la casa por la ventana y eligieron un bicharraco alargado, con alas y que echa fuego por la boca. Y no solo lo usaron en antiguas leyendas, sino que sigue de algún modo presente en la actualidad. 


Varios miles de kilómetros más al sur se encuentra otro de los paisajes más característicos del país: las terrazas de arroz de Longji. La forma en la que la mano humana ha modelado el paisaje para facilitar el cultivo ofrece una estampa sencillamente impresionante. 

Varios miradores ofrecen postales únicas del lugar. Desde ellos se divisa perfectamente cómo los bancales se incrustan en las laderas del valle y hacen de la superficie de las montañas un tapiz verde lleno de pronunciados surcos. Precisamente por ese aspecto, la zona recibe el nombre del Espinazo del Dragón.  

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