
Con la era digital quedan condenadas al olvido experiencias tan antiguas como la historia de la propia televisión. Esos partidos en que la mala señal iba ondulando cada vez más la imagen, tiñendo de azul las caras de los futbolistas y haciendo invisible el balón entre una capa de nieve – de colores o en blanco y negro, según estuviera de mal la cosa.
Muchos no se resignaban y la emprendían a golpes con el televisor. Primero suaves toquecitos laterales con la palma de la mano, después puñetazos en la parte superior que hacían temblar todo el mueble. No puedo evitar recordar a alguno pegándole de lo lindo a aquellos viejos armatostes o pidiendo a cualquiera que pasaba por delante “dale, a ver si así…”.
Ahora, si la tele no se ve bien salen cuadraditos. ¡Joder con la tecnología! Y si no se ve nada, un cartelito anuncia “No hay señal”. ¡Gracias, no me había dado cuenta! Además, con las pantallas planas no se sabe muy bien dónde darles el porrazo y está claro que van al suelo al primer zarandeo.
Pero igual que las pesetas, las cintas de casete y el verano que ganamos la Eurocopa, en unos años todo esto del apagón digital no será más que otra historia para no dormir que contar a las generaciones futuras.