lunes, 19 de abril de 2010

Feria: cara o cruz

Sevilla se convierte hasta el domingo en la referencia de la fiesta en todo el país. Sus calles se llenan de alegría y de color para celebrar su segunda semana grande en un mes. La ciudad entera se contagia del jolgorio: un volante, un sombrero o un toque de palmas recuerdan en cualquier esquina que su gente está de fiesta desde que se levanta hasta que se va a dormir. El albero y los farolillos crean el marco perfecto para reencontrarse con viejos amigos, olvidar las preocupaciones y la rutina de cada día y disfrutar la vida hasta que el cuerpo aguante. La música y la manzanilla se encargarán de poner el resto.


Sevilla se paraliza durante una semana. Los horarios reducidos de comercios e instituciones hacen prácticamente imposible cumplir con otros placeres y obligaciones. El tráfico se convierte en un caos para que los coches de caballo lleguen cómodamente a su destino. Los suelos se llenan de excrementos equinos y el olor a cuadra inunda las calles en varios kilómetros a la redonda. Las reuniones de amigos apenas pueden hablar por el volumen ensordecedor de la música, así que se limitan a beber y terminan con una señora mamada. Al día siguiente, la resaca hace imposible cualquier actividad hasta la hora de volver a la Feria.

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