jueves, 29 de abril de 2010

Noctámbulos

A las tres de la mañana, un camarero nos advierte de que la barra está a punto de cerrar por si queremos pedir la última. En lugar de eso, nos resignamos a una retirada a tiempo y salimos a la calle camino a casa. Pero la temperatura es buena y, aunque nuestros hígados han tenido bastante, las lenguas tienen aún cuerda para rato. Así que instalamos nuestro nuevo campamento bajo la luz de un par de farolas y a tan sólo unos metros del bar.

Al cabo de unos minutos pasa junto a nosotros la chica que atendía la barra. Comprobamos que el aviso era cierto y no sólo una excusa para echarnos. Nos saluda con una sonrisa con la que seguramente nos agradece nuestro gesto de marcharnos en paz, a pesar de que hubiéramos seguido allí sentados un par de horas más. La seguimos con la mirada atraídos por el ruido de sus pasos sobre la acera hasta que dobla una esquina y desaparece.

Nuestra conversación sigue sin más interrupciones durante un buen rato. De vez en cuando, giramos la cabeza para comprobar quién se acerca y evitar algún susto innecesario. Nada llamativo: personajes solitarios, en su mayoría jóvenes, que seguramente regresan de una salida nocturna con mayor o menor grado de intoxicación etílica. Alguno se acerca a pedirnos un cigarrillo. Otro simplemente nos saluda, recordando esa norma de urbanidad que obliga a saludar a propios y extraños, perdida en esta sociedad de masas.

Cuando volvemos a mirar el reloj son ya más de las cuatro. Un grupo de amigos pasa de largo en relativo silencio por la otra acera. De pronto, un grito ronco nos hace volver la cabeza de nuevo hacia ellos. “¿Dónde vamos?”, dice una chica vestida de gitana pero con acento de fuera. Necesitamos unos segundos y que nos repita la pregunta para comprobar que se dirige a nosotros.

“¿Os han echado ya de la Feria?”, respondo yo finalmente con cierto asombro, después de comprobar que es demasiado pronto para que hayan cerrado las casetas. Nos cuentan que vienen de un tablao flamenco cercano y que buscan algún otro sitio para esperar al amanecer. A pesar de que al principio son reacios, finalmente los convencemos de que la Feria es el único lugar de la ciudad donde podrán remojar el gaznate a esas horas. Así que dan media vuelta y ponen rumbo a Los Remedios.

Todavía sigue nuestra charla cuando pasa a nuestro lado el camarero que hace ya más de dos horas nos aviso del cierre de la barra. Parece que ha habido mesas más remolonas que la nuestra que han tardado en levantarse. Mientras tira la basura en el contenedor, se echa a reír y bromea con nosotros sobre nuestro aguante. Ya hemos hecho un amago de despedirnos y volver a casa, pero no ha resultado. Y todavía volveremos a verle una vez más, cuando es él quien se va ya a dormir.

El cielo comienza a clarear y esa es la señal definitiva de que es hora de meternos en el sobre. En unas horas tengo que coger un autobús para visitar a la familia. Ha sido una buena noche, con tiempo suficiente para repasar recuerdos, planes, cotilleos y demás historias. Qué lástima que se repitan poco. Aunque quizá por eso sean tan especiales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario