martes, 23 de noviembre de 2010

En las nubes

La democratización de las cámaras digitales, la necesidad de retroalimentación en la sociedad de la información y demás vendidas de moto han llenado de un tiempo a esta parte los espacios que las televisiones dedican a la información meteorológica de fotos de las nubes. Pero en el fondo esto no es nada nuevo.

Me veo a mi mismo hace veinte años, de la mano de mi abuelo – ¿o es uno de mis tíos? – andando por el paseo marítimo de Cádiz mientras se pone el sol, buscando en el cielo animales, barcos o castillos de color rojizo. Quién no se ha parado para levantar la cabeza y mirar las nubes buscando en ellas formas terrenales.


Esas pequeñas masas de vapor acuoso son lo más cercano que tenemos de un cielo que nos maravilla e intriga al mismo tiempo y que por alto que volemos siempre sigue sobre nosotros. Por eso, y también por la forma en que juegan con la luz del sol, son el objetivo de muchas fotografías y se cuelan en muchas otras para tapar el aire, como en ésta mía.

Volviendo a la tela, el boletín meteorológico es el ejemplo perfecto para desmontar la excusa de la gente que dice que no lee el periódico o no ve los telediarios porque están llenos de malas noticias. A un sevillano le importa poco un accidente de tráfico en Salamanca. No lo desea y por supuesto lo lamenta, pero no cambia su vida. Que den lluvia para el puente sí que es una mala noticia. Pero la gente no se levanta de la mesa hasta que ponen el tiempo.

Sin embargo, la competencia de los sitios de Internet que dan previsiones a dos semanas vista ha obligado a estos espacios a transformarse. Otro ejemplo es el del “hombre del tiempo” que ha evolucionado poco a poco. Empezó siendo un científico: serio, mayor, conocedor y usuario de palabras extrañas. A continuación llegaron las señoritas de buen ver, poniendo al mal tiempo buena cara. Ahora el presentador del tiempo, hombre o mujer, tiene que ser simpático, intentar ser gracioso – aunque algunos se quedan lejos – y explicar cada palabro que utilice, como ciclogénesis o isoterma.

Por cierto, mi imagen favorita de las nubes es esa que se ve desde la ventanilla de un avión: a miles de metros sobre el suelo, uno cree ver bajo sí un mullido colchón blanco en el que relajarse mientras se sueña con lo que le espera en su destino.

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