Desde pequeño me gustaba
dormirme con la radio puesta. Una costumbre como otra cualquiera, si no fuera
por la influencia que ha tenido en mi vida años más tarde. Desde hace unos días
he vuelto a recuperar ese hábito, que poco a poco había ido perdiendo, aunque
nunca había desaparecido totalmente.
Mis primeras noches de radio
empezaban con la información de actualidad y las tertulias políticas y, si el
sueño me respetaba, llegaban hasta los programas de deporte de medianoche.
Ahora, la tele se ha adueñado de esa franja horaria de mi vida, pero a la vez
ha retrasado mi momento de consumo de radio, que empieza a horas que antes solo
alcanzaba en las noches de verano en las que el calor o mi rutina callejera
retrasaban mi descanso. Creo que he salido ganando con el cambio.
Con la madrugada llega la radio
más auténtica. Hasta la actualidad, relegada a los boletines horarios, me gusta
más. Prácticamente desaparece la publicidad, dejando un hueco de cuatro o cinco
horas para la participación de los oyentes más noctámbulos, para tratar con más
detenimiento y amplitud algunos temas, secundarios para la mayoría pero interesantes
para unos pocos.
Cabe todo, desde lo paranormal
hasta un abuelete que entra en antena para contar lo bien que le funciona la
prótesis que le han puesto entre las piernas (prometo que lo escuché la semana
pasada, aunque también suene a paranormal), desde el cine a las entrevistas a
personajes de medio pelo, pero con mucho que decir. Mientras escribo, una banda
de música toca en mi calle para dar la bienvenida a las reliquias de San Juan
Bosco –ahí queda eso–, lo que me recuerda que hasta las noches de Semana Santa
tienen cierto encanto por la radio.
Independientemente del tema, en
cinco minutos o en dos horas, al final uno se suele quedar dormido. Nunca he
sido sonámbulo –creo–, pero últimamente he desarrollado la curiosa habilidad de
apagar la radio sin darme cuenta una vez que me quedo frito. Cuando no lo
consigo, despierto a la mañana siguiente con las primeras noticias del día. Esa
sensación tampoco está mal, pero normalmente hay que
levantarse, así que dura menos.