viernes, 23 de agosto de 2013

Tintin en Copenhague (III) - La gente del norte


Se me ha caído el mito de los suecos. Después de varias visitas a Ikea, los tenía por gente ordenada, práctica, organizada, casi tan cuadriculados como los alemanes. Pero me han bastado menos de veinticuatro horas en el país para comprobar mi error.

Nuestra salida de Malmo ha sido un buen ejemplo de desorganización. En la estación central nos han dicho que el servicio de tren hacia Copenhague, con salidas cada 20 minutos, estaba interrumpido. A cambio, la compañía ferroviaria ha preparado autobuses para cubrir el trayecto. Hasta ahí todo normal, pero solo hasta ahí.

Para coger esos autobuses hemos tenido que coger un autobús municipal, de forma gratuita, hasta las afueras de la ciudad. Allí, en los aparcamientos de un gran pabellón polideportivo, debíamos esperar el transporte hacia Dinamarca. A pesar de que había varios empleados de la compañía en la zona, nadie se ha preocupado de formar colas para hacer el embarque de forma ordenada. Así que hemos tenido que abrirnos paso a empujón limpio hasta los asientos del cuarto autocar que ha aparecido. Algunos se han quedado en el intento. Otros parecían esperar con calma y resignación a que llegara su turno.


En general, los nórdicos parecen gente tranquila. Supongo que, igual que dicen del carácter del sur, en eso también influye el clima. El primer día en Malmo me llama la atención que aprovechan poco el día. El desayuno del hotel, un buen indicador para ver a qué hora pueden comenzar su vida los hombres de negocio del lugar, abre sus puertas a las 7 de la mañana. Por la noche, los restaurantes ofrecen cenas solamente hasta las 8. Apenas 13 horas de vida en la calle. Y eso en verano. No sé qué pasará en invierno, cuando vean la luz del sol menos todavía.

Ya en Copenhague, a pesar del aparente pique y las burlonas comparaciones que se lanzan entre sí los nacionales de uno y otro país, las cosas parecen bastante parecidas. Bajo una apariencia de orden y armonía, no es difícil encontrar lugares que demuestran lo contrario. El más famoso es el barrio de Christiania, donde tenderetes al estilo de cualquier mercadillo venden “tabletas de chocolate” y plantas “medicinales” entre banderas de Jamaica, graffitis y un permanente olor a cigarrillos aliñados. Todo muy turístico y muy libre, tanto que no dejan hacer fotos. Como si los de fuera no supiesen lo que pasa dentro. He leído que la policía ha estado trabajando en la zona para reducir la venta y el consumo, así que en algún momento fue peor.   

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