Se me ha caído el mito de los suecos.
Después de varias visitas a Ikea, los tenía por gente ordenada,
práctica, organizada, casi tan cuadriculados como los alemanes. Pero
me han bastado menos de veinticuatro horas en el país para comprobar
mi error.
Nuestra salida de Malmo ha sido un buen
ejemplo de desorganización. En la estación central nos han dicho
que el servicio de tren hacia Copenhague, con salidas cada 20
minutos, estaba interrumpido. A cambio, la compañía ferroviaria ha
preparado autobuses para cubrir el trayecto. Hasta ahí todo normal,
pero solo hasta ahí.
Para coger esos autobuses hemos tenido
que coger un autobús municipal, de forma gratuita, hasta las afueras
de la ciudad. Allí, en los aparcamientos de un gran pabellón
polideportivo, debíamos esperar el transporte hacia Dinamarca. A
pesar de que había varios empleados de la compañía en la zona,
nadie se ha preocupado de formar colas para hacer el embarque de
forma ordenada. Así que hemos tenido que abrirnos paso a empujón
limpio hasta los asientos del cuarto autocar que ha aparecido.
Algunos se han quedado en el intento. Otros parecían esperar con
calma y resignación a que llegara su turno.
En general, los nórdicos parecen gente
tranquila. Supongo que, igual que dicen del carácter del sur, en eso
también influye el clima. El primer día en Malmo me llama la
atención que aprovechan poco el día. El desayuno del hotel, un buen
indicador para ver a qué hora pueden comenzar su vida los hombres de
negocio del lugar, abre sus puertas a las 7 de la mañana. Por la
noche, los restaurantes ofrecen cenas solamente hasta las 8. Apenas
13 horas de vida en la calle. Y eso en verano. No sé qué pasará en
invierno, cuando vean la luz del sol menos todavía.
Ya en Copenhague, a pesar del aparente
pique y las burlonas comparaciones que se lanzan entre sí los
nacionales de uno y otro país, las cosas parecen bastante parecidas.
Bajo una apariencia de orden y armonía, no es difícil encontrar
lugares que demuestran lo contrario. El más famoso es el barrio de
Christiania, donde tenderetes al estilo de cualquier mercadillo
venden “tabletas de chocolate” y plantas “medicinales” entre
banderas de Jamaica, graffitis y un permanente olor a cigarrillos
aliñados. Todo muy turístico y muy libre, tanto que no dejan hacer
fotos. Como si los de fuera no supiesen lo que pasa dentro. He leído
que la policía ha estado trabajando en la zona para reducir la venta
y el consumo, así que en algún momento fue peor.
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