lunes, 21 de julio de 2014

Tintin por España (II) - La verbena

Llega el verano y la geografía española se llena de verbenas. En principio para celebrar el día de los respectivos patrones, pero en realidad el objetivo es aprovechar el buen tiempo, favorecer la mezcolanza de mozos y mozas de aldeas vecinas y pasar un buen rato en la plaza del pueblo. La de esta noche es un tanto especial, porque el lugar no se parece al de ninguna de las fiestas a las que he asistido hasta ahora.

Se está poniendo el sol y los comercios van cerrando poco a poco las puertas. Sin embargo, el centro de Burgos parece cada vez más bullicioso. De pronto, un cartel colgado de la pared me lo explica todo: hemos llegado en plenas fiestas de San Pedro y San Pablo. Desde varios tablados repartidos por el casco histórico, grupos de todo tipo ponen la banda sonora a mi paseo por la ciudad. Un pequeño kiosco que sirve cerveza barata en la Plaza Mayor parece un buen lugar para la primera parada.

Media hora más tarde, el recorrido termina junto a la Catedral, donde un gran escenario acoge la principal cita de la velada: una orquesta –porque en las verbenas no se habla de grupos o bandas, sino de orquestas– dispuesta a tocar lo que sea necesario mientras aguanten las voces y los dedos de sus integrantes. Ante ellos, poco a poco se va congregando un público entregado que baila todo lo que le echen. En particular, me llama la atención el poder del pasodoble. Para mí siempre ha sido una música antigua, pero no recuerdo ninguna fiesta en la que no consiga que decenas de personas se agarren por parejas y comiencen a bailar. Y estos castellanos no iban a ser menos.

Pero hay más. La cantante anuncia que van a tocar un poco de “música andaluza”. Ahí cabe todo. Por supuesto, canta con profundo acento castellano. Sin embargo, confieso que mis labios comienzan a moverse siguiendo las letras. Y a continuación viene un repertorio de los grandes éxitos de Abba. También me los sé.

A pesar de todo, consigo mantenerme al margen de la fiesta refugiado en la terraza de un bar al borde de la plaza mientras devoro un suculento bocadillo de morcilla de Burgos. Aunque la comida siempre es un momento de descanso y desconexión del mundo, sigo maravillado con la peculiar escena que tengo ante mí. Si miro a la izquierda, la silueta de una de las joyas del gótico español se recorta sobre el cielo, ya oscuro. Un poco más a la derecha, la cultura más popular también se manifiesta en todo su explendor para disfrutar de la noche del viernes.  

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