domingo, 20 de julio de 2014

Tintín por España (I) - Comer en la carretera

Llevo años queriendo hacer un viaje en coche. Disfrutar de la libertad de moverte donde y cuando quieras, los paisajes que guardan algunas carreteras escondidas, esos pueblos que aparecen en el camino y que resultan ser una grata sorpresa. Esta vuelta a España no ha sido la ocasión soñada por mí. Habría muchas cosas que mejorar. Pero sí que me ha brindado alguno de los privilegios de viajar sobre cuatro ruedas.

Uno de ellos es comer en la carretera. La primera clave –creo que es un estándar internacional– es elegir un local donde haya cinco o seis camiones parados. Los camioneros son a los bares de carretera lo que las estrellas Michelin a un cocinero famoso. Por eso, otro rasgo identificativo es que tengan un aparcamiento amplio: una gran explanada en la que el asfalto de la carretera ha dejado su lugar a una capa de arena y gravilla que los pasos de los clientes mueven del coche al bar y del bar al coche.

El primero de estos bares lo encontramos en la provincia de Soria, a unos pocos kilómetros de la capital. Aunque son los primeros días de julio, el cielo está cubierto y corre un aire fresco que invita a la manga larga. Así que opto por una comida contundente: guiso de garbanzos y salchichas al vino. “Buen almuerzo”, comenta la camarera sonriente mientras anota la comanda en su libreta.

En plena provincia de Soria hay quienes prefieren tomar espaguetis a la carbonara o un gazpacho andaluz. Cosas de la globalización, que llega mucho más allá de la comida. Los manteles de cuadros y las sillas de madera oscura conviven con la tele de plasma y una red wifi gratuita para los clientes. Parece que no solo se para a comer o a echar un café para mantenerse despierto al volante, sino también a mirar el correo electrónico y a buscar en Google algo sobre el próximo destino.

Pero lo de los camiones no deja de ser la verdad más grande para el conductor hambriento. Tres días más tarde, un segundo intento me lleva a otro bar de carretera de la provincia de Lugo. En la puerta hay bastantes coches, pero apenas un camión. No obstante, el miedo a no encontrar otro lugar o a que se haga tarde puede más. En apenas media hora, una comida poco conseguida y un vino con sabor a desinfectante castigan la imprudencia.

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