Recorrer un país en tan poco
tiempo da la oportunidad de hacer una radiografía del estado de la Nación. No
diré si más o menos acertado que el que cada año retransmiten desde el
Congreso, pero desde luego mucho más a pie de calle. Las fechas y el descenso
general son de sobra conocidos pero, hablando cara a cara con pequeños
empresarios de medio país, han llegado a mis oídos historias de esas que dan
una idea de la dimensión real de lo sucedido.
Pasear por el centro de muchas
capitales de provincia es desolador. Decenas de locales cerrados hacen pensar
en la cantidad de negocios que han dejado de existir en los últimos cinco o
seis años. Sobreviven las grandes cadenas y, con suerte, algún negocio local.
En Madrid, Barcelona o Valencia apenas se nota el fenómeno. En el otro extremo,
me han llamado la atención Zaragoza y Lérida. La primera figura como la quinta
ciudad más poblada, según datos de 2013. La segunda bien podría ser el
prototipo de pequeña capital de provincia. Y ambas han corrido una suerte
parecida.
En Zaragoza se salva la
principal calle comercial, pero en cuanto uno se aleja un par de manzanas se
vacían las calles y todo tiene un tono más oscuro. Un moderno tranvía que
recorre el centro y las terrazas abarrotadas de algunos bares dan una cierta
sensación de prosperidad, pero basta con pasear un poco para ver que no es lo
que parece.
En Lérida, ni siquiera la
principal calle peatonal mantiene las apariencias. Grandes cristales llenos de
polvo dejan ver tras de sí enormes locales vacíos. Pero, al menos, la zona
conserva una afluencia de paseantes considerable. De camino a la Seo Vella, que
preside la ciudad desde lo alto de una colina, las calles se convierten en un
desierto.
El comentario más repetido es
que todos se dieron un batacazo entre los años 2008 y 2009. Y eso significa que
más de uno, ante la buena situación y la aparentemente imparable subida del
mercado, decidió seguir creciendo y se gastó varios cientos de miles de euros
en abrir una tienda nueva. Gente que llegó a aglutinar patrimonios millonarios,
que abrió cuentas en Suiza, que tenía sueños y aspiraciones como comprarse un
Ferrari y que, de golpe y porrazo, vio como sus beneficios se hundían y no eran
capaces de afrontar sus deudas.
Ante esto nace la capacidad de
vivir al día, de seguir adelante como sea y de no mirar los agujeros que dejas
atrás. Esa habilidad que yo nunca he tenido y que me ha frenado a la hora de
iniciar cualquier negocio. Pero hay quien lo hace, quien sabe echar cara al
asunto. Supongo que esos son los que han sobrevivido.
Lo mejor de todo es que me
dicen que parece que la situación comienza a remontar. Yo soy incrédulo por
naturaleza, pero es cierto que son muchos los implicados que coinciden en
repetir la misma idea.
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