Presumo de tener un buen
sentido de la orientación. De entenderme bien con los mapas, pero también de
guiarme por la luz del sol, recuerdos del entorno o por mi instinto para llegar
al lugar que busco. Sin embargo, todo eso vale de poco en Venecia. Clara prueba
de ello es que el centro de la ciudad está plagado de señales que indican el
camino hacia los lugares más frecuentados por los turistas. Aunque hay algunos
más, los cuatro más abundantes son “Piazza San Marco”, “Ponte di Rialto”, “Ferrovía”
(la estación de tren) y “Piazzale Roma, una gran plaza a la entrada de la ciudad a la que llega una
gran cantidad de visitantes porque es el último lugar hasta el que pueden
entrar coches y autobuses.
Pero salir del centro urbano y
buscar alguna de los centenares de iglesias y rincones pintorescos que salpican
Venecia es toda una odisea. No siempre es fácil localizarlos en un mapa, porque
no todos aparecen. Así que hay que recurrir a referencias cercanas. Sin
embargo, eso no es lo más difícil. Después hay que decidir el recorrido para
llegar hasta allí. Y nunca hay una calle recta que vaya de un punto a otro.
Por lo general uno se hace una
primera estimación: “hay que girar en la tercera a la derecha, después en la
segunda a la izquierda y desde allí cruzar dos canales”. Y entonces echas a
andar y descubres que donde el mapa decía que había dos calles, en realidad hay
cinco. Solo que tres de ellas eran tan pequeñas que no se han molestado en
dibujarlas. Entonces admites que estás perdido y decides guiarte por tu
intuición: “tal sitio está hacia el oeste, el sol está por allí, así que voy
hacia allá”. Y coges la primera calle que va en esa dirección, pero resulta que
termina en un canal y no hay ni un puente para cruzarlo al otro lado ni una
acera que lo bordee y te lleve al puente que estás viendo diez metros más allá.
Así que toca desandar lo andado y encontrar una calle que te lleve hacia ese
puente.
Todo esto, que parece una
lata, en realidad es una forma estupenda de conocer Venecia. ¿Cuántos viajeros
novelescos presumen de que van a “perderse por la ciudad”? Esto mismo. Y así se
descubren lugares que quizá no tienen nada de especial en comparación con otros
que están apenas a unos cientos de metros, pero que a un forastero le
impresionan. Hay tranquilos canales, flanqueados por casas decoradas con flores
o colgaduras; callejones oscuros y tan estrechos que no se pueden extender los
brazos en cruz, puentes llamativos o patios de vecinos al estilo local.
Gracias a estos paseos, al
tercer día comencé a pensar que ya llevaba demasiadas fotos de canales y que,
probablemente, a la vuelta no le interesarían a nadie, que parecerían todas
iguales. Aun así, a cada paso me iba
llevando el visor de la cámara al ojo derecho para capturar cualquiera de esos
lugares.
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