martes, 13 de enero de 2015

Tintin en Venecia (III) - Capodanno

Se está convirtiendo para mí en una tradición el tomar las uvas en un lugar espectacular. El problema es que cada Nochevieja me pongo el listón más alto. Estando en Venecia, el lugar elegido no podía ser otro que la Piazza San Marco, donde los propios lugareños celebran la llegada del nuevo año al son de las campanas de la basílica y con el estruendo de los fuegos artificiales que se lanzan sobre la laguna.

Después de una cena en casa protagonizada por las tradicionales lentejas y el cotechino, un delicioso embutido cocinado que ya probamos hace dos años en Roma, nos echamos a la calle con nuestra particular bolsa de cotillón: paquetes de doce uvas, botella de espumoso y vasito de plástico para escanciarlo. Aunque en Venecia siempre hay gente, cuando solo queda una hora para el año nuevo parece haber más que nunca.

Caminamos en manada hacia San Marco. Es difícil perderse, porque todo el mundo va hacia el mismo sitio. No llega a ser agobiante porque el ritmo es continuo, nadie se para. Pero si que impresiona procesionar engullido por la masa recorriendo las pequeñas callejuelas del centro de la ciudad. Hasta que, finalmente, desembocamos en uno de los soportales que rodean la plaza.

En ese momento, recuerdo los controles de seguridad de los que tanto he oído hablar para acceder en una noche como esta a la Puerta del Sol de Madrid. Y me acuerdo de ellos porque aquí no hay ni rastro de ellos. Supongo que el ambiente es parecido: ganas de fiesta, alcohol, algún que otro petardo… Pero parece que la policía italiana no estima necesaria tanta seguridad. Quizá los italianos son más civilizados y saben separar la fiesta del vandalismo.

Como va llegando la hora, nos acercamos a la fachada del Palacio Ducal para contemplar mejor los fuegos artificiales. De pronto, un repiqueteo de campanas anuncia el año nuevo. Y, prácticamente al instante, comienza un enorme castillo de fuegos artificiales. Al principio, intento tragar las uvas al ritmo de las detonaciones. Pero enseguida compruebo que es imposible y decido, como en los últimos años, tomarlas a mi ritmo.

Después de dar un breve paseo por el centro de la ciudad para recibir el año, volvemos a casa. Las calles siguen atestadas. De las casas y los locales sale música a todo volumen. Desde la ventana de un primer piso, una pandilla de chicas de unos veinte años felicita el año a grito pelado a todo el que pasa por debajo. Recuerdo haber visto la ciudad mucho más llena de gente, pero nunca tan alegre. El paseo ha merecido la pena.

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