lunes, 15 de junio de 2015

Tintín en Montenegro (VI) - Comunicación

Me encanta la comunicación. No me refiero a los medios o a las tecnologías, sino a procesos simples como hablar, escuchar, dar información, recogerla, comprender, interpretar... Hay tantas formas de hacerlo y se pueden presentar tantas situaciones que me parece fascinante.

El otro día vinieron a conocerme mis caseros. Sí, después de cinco meses viviendo aquí no nos habíamos visto las caras. Una pareja encantadora. Creo… Porque la verdad es que, visto con perspectiva, fue una situación bastante cómica. Menos mal que ya sabía que iban a venir, porque si no la cosa hubiera sido muy distinta.

Llaman a la puerta y, cuando la abro, me encuentro a una mujer que me saluda en el idioma local y me estrecha la mano. Detrás de ella está su marido –supongo–, que hace lo mismo. Hasta ahí todo normal, porque ya estoy acostumbrado a saludar en montenegrino dondequiera que voy. Las fórmulas de saludo son de las pocas expresiones que he aprendido, así que procuro usarlas. Pero, como os estaréis imaginando, resulta que yo hablo más montenegrino que ellos inglés. ¡Catastrofa! Y así mantuvimos una conversación de diez minutos.

Aunque los contextos varían, la situación no es nueva. Pasa en el supermercado, en los bares, por la calle… Pero no deja de llamarme la atención que, a pesar de mi cara de no estar enterándome de nada, ellos te siguen hablando como si tal cosa. Siempre me hicieron caso los viejos españoles que les gritan a los turistas, porque creen que hablando más alto el mensaje es más claro. También me encantan los que hablan muy lento y mueven mucho las manos, pero sin señalar a nada o hacer mímica, sino simplemente marcando el ritmo de sus palabras y acompañándolas, dando si acaso algún manotazo ocasional a su interlocutor para mantener su atención.

Pero los balcánicos no hacen nada de eso. Ellos simplemente te hablan y, como mucho, te repiten una y otra vez lo mismo, supongo que con la esperanza de que a la tercera o la cuarta te enteres por fin de qué están diciendo.

En este caso, solo comprendí tres cosas: la señora me preguntó si se veía algún canal español en la tele, a lo que respondí fácilmente que no –es otra de las palabras fáciles–; que donde estaba la mesa del salón, a lo que le contesté señalando la ventana de la terraza para que viese que estaba allí; y que si no había una tetera eléctrica, ante lo que simplemente negué con la cabeza.

Y después de otro apretón de manos, se fueron por donde habían venido y indicaron que están viviendo en el apartamento de al lado. Y me quedé pensando en lo curiosa que es la comunicación humana. Pero lo más impactante vino al día siguiente, cuando me enteré de que eran rusos, lo que quiere decir que he estado intentando hablar montenegrino con una pareja de rusos. Y lo peor de todo es que, dentro de lo que cabe, nos hemos entendido.


PD: con el tiempo me he enterado de que venían con la genial idea de subirme el alquiler de mi piso, de forma que me iba a tener que mudar. Pero, según me han dicho otros implicados en el negocio, les caí simpático y han decidido dejar las cosas como están. Caigo simpático hasta cuando no se me entiende. Tengo la autoestima por las nubes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario