No todos los
días se conoce a un premio Nobel. Y, desde luego, Montenegro era el último
sitio donde esperaba tropezarme con uno. Pero este fin de semana hemos tenido
en Budva a Mario Vargas Llosa, que ha venido a inaugurar la programación
cultural del verano en la ciudad.
A primera hora
de la tarde recibí un mensaje de una amiga: “Llosa está en Budva esta noche”. Y
la verdad es que, así de primeras, no comprendí de qué me estaba hablando.
Pensé en un grupo de turbo-folk, en alguna conocida suya… Pero no fue hasta que
le pedí más detalles y me dijo que se trataba de un escritor peruano que había
ganado el premio Nobel cuando até cabos. Después me han comentado que el
periódico local también titulaba algo así como “Llosa está en la ciudad”.
Los
montenegrinos tienen un problema para comprender eso de que los latinos tenemos
dos apellidos. Como ejemplo, valga el dato de que mi tarjeta de crédito en un
banco local está a nombre de un tal “González Luis García”. Y me consta que no
soy el único al que le pasa. Es verdad que en buena parte del mundo no es
costumbre acordarse de la madre al dar un nombre a los hijos, pero también
puedo decir que normalmente me llaman Mr. García en los hoteles que he visitado
fuera de la tierra de los dos apellidos.
El acto ha sido
una especie de entrevista en que una profesora universitaria le ha planteado
una serie de preguntas con las que lo iba guiando para que abordara distintos
temas. Ha halado de su obra, de literatura en general, de política, de la sociedad
actual… Sin estar de acuerdo con todos sus argumentos y opiniones, me ha
parecido un tipo agradable e interesante.
También ha sido
curiosa la experiencia de escuchar su intervención en español con traducción al
montenegrino. Aunque no sé más de diez palabras en el idioma local, dudo que
los nativos se hayan enterado de la mitad de lo que he escuchado yo. Además de
que la intérprete cortaba constantemente al protagonista, ha habido momentos de
esas típicas películas de humor en que un japonés se pasa un minuto hablando y
el traductor lo resuelve todo con dos palabras.
Pero, sin
olvidar el privilegio inesperado de compartir un rato con Vargas Llosa, lo que
más nos ha llamado la atención a las dos personas que me acompañaban y a mí han
sido sus manos. Al terminar el acto, nos hemos acercado al estrado a saludarlo
y a hablar con él. Ha sido una charla breve, pero agradable. Supongo que no
esperaba encontrar a ningún otro hispanohablante en la sala y, quizá por eso,
se ha mostrado bastante cercano.
Al despedirnos,
nos hemos estrechado la mano. A sus 79 años, sus manos tienen una piel firme
pero suave, talmente como el culito de un bebé. No sé si se trata de un milagro
de la cosmética o es el resultado de que desde hace décadas solo han trabajado
con una pluma o con las teclas de un ordenador. Una cosa es segura: en casa no
es él quien lava los platos.
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