Tras sufrir una herida profunda, dolorosa, la pregunta típica de cualquier paciente a su médico es "¿me va a dejar cicatriz?". En el caso del paciente Berlín, la respuesta es que sí, que esa marca será visible durante muchos años.
El Muro partió Berlín en dos durante 28 años y precisamente
este otoño se cumplen 28 años de su caída. A pesar del tiempo, es
difícil hablar de la capital alemana sin pensar en su Muro. Las tres décadas que estuvo en
pie pesan mucho en los ocho siglos de historia de la ciudad. Quizá por su
cercanía en el tiempo, quizá por la profunda herida que supuso en los
berlineses.
A diferencia del rastro del III Reich, que los
alemanes se esfuerzan por ocultar y obviar en la medida de lo posible, el Muro
está aún muy presente en el Berlín actual. Y quiero pensar que, más allá del
reclamo turístico que supone, es así a modo de lección histórica, de
recordatorio de cuán importante es esa unión que una vez les robaron y que
mantuvo separados a vecinos, amigos y familiares durante tantos años.
Por toda la ciudad hay restos de mayor o menor
tamaño de la estructura de más de 160 kilómetros que rodeó su parte occidental. Algunos son pequeños fragmentos que han permanecido en pie
mientras las calles a su alrededor se han modernizado y han dejado entrar al
capitalismo. Llaman la atención los trozos que quedan en la zona de la Potsdamer
Platz, entre las vanguardistas edificaciones que se han levantado en los
solares que dejó la eliminación del Muro.
Otra zona predilecta para los turistas es la East
Side Gallery, un tramo de muro que las autoridades de la Alemania unificada
cedieron a decenas de artistas callejeros para que plasmaran su particular
visión de la división y posterior reunificación de la ciudad y, por ende, el
país. Para mi gusto, es la zona más artificial. En sus alrededores se instala
un Museo del Muro en el que prometen un fragmento de piedra del mismo con cada
entrada. Me negué a entrar en tal aberración, así que no puedo dar más detalles
del lugar. Por lo demás, la East Side Gallery ofrece algunas obras
interesantes, varias de las cuales han alcanzado bastante fama. Pero me parece
mucho más interesante el barrio que se extiende alrededor, a partir del puente
de Oberbaum.
Por el contrario, me ha sorprendido gratamente el
Memorial por las víctimas del Muro, erigido al norte de la ciudad. A lo largo
de Bernauer Straße se extiende un tramo que no solo conserva un largo fragmento
de Muro, sino que deja ver toda la estructura que lo conformaba. A pesar de su
nombre, no era una sola pared, sino varias barreras edificadas de forma paralela
y perpendicular a lo largo de una franja de seguridad que decenas de guardianas
cubrían desde varias torres vigía.
Ahora sería un lugar agradable por el que pasear,
de no ser por los macabros recuerdos que se evocan a cada poco. Carteles
explicativos, fotografías, rastros en el suelo del recorrido de los túneles por
los que muchos intentaron escapar o testimonios sonoros de algunos de los
habitantes de la zona en la época se encargan de recordar al visitante la
barbarie que allí, como en otras partes de la ciudad, se vivió durante décadas.
Cada uno a su manera, todos estos lugares ayudan a hacerse una idea de las realidades paralelas en las que se desarrolló una ciudad que hoy podemos visitar como un todo. Dicho todo esto, una década después de mis últimas visitas, me ha alegrado comprobar que esa cicatriz que atraviesa Berlín de lado a lado se va curando poco a poco. No quedan tantas zonas vacías. Los espacios vacíos en el casco urbano van dejando paso poco a poco a los nuevos edificios. El pasado consigue convivir con el presente y la ciudad sigue creciendo, aprendiendo de sus errores e intentando enseñar a los demás a partir de ellos.
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