lunes, 5 de junio de 2017

Tintin en Berlín - Tren nocturno a Spandau

Son las dos y media de la mañana y apenas hay un par de personas en el andén de la Ostbahnhof. Las pantallas informativas indican que quedan casi 20 minutos hasta que llegue mi tren. Sentado en un banco, levanto la mirada cada vez que escucho pasos cerca de mí. Nunca se sabe quién puede andar suelto a esas horas, pero después de haber salido vivo de mi última visita de la noche he comprendido que no hay prácticamente nada que temer en Berlín.

Voy de vuelta a mi hotel tras haber disfrutado de una peculiar velada en un lugar que, basándome únicamente en tópicos y estereotipos, me evocaba más cualquier rincón de Jamaica que la capital de una potencia europea. A las orillas del Spree hay un gran descampado de suelo arenoso en el que apenas quedan en pie un par de antiguas construcciones de piedra. Fuera de ellas, un sinfín de pequeños negocios instalados en contenedores prefabricados o directamente en tartanas sirven comida y bebida.

El lugar está oscuro y las barras fluorescentes de las tartanas son la única, y escasa, luz disponible. En medio de este pequeño caos, unas cuantas mesas comunes ofrecen a los visitantes un punto de encuentro donde descansar y disfrutar de un botellín de cerveza. Aunque entre los visitantes se mezclan todo tipo de orígenes geográficos y étnicos, los anfitriones – encargados de atender los negocios de la zona y demás fauna nocturna que pulula por allí como Jürgen por su casa – tienen todos la piel tan oscura como el lugar. Mientras caminas por los recovecos que quedan entre los muros, los árboles y los desniveles que jalonan el solar, no es extraño que alguno de ellos se te acerque a ofrecerte un poco de hierba. Aunque rechazo su oferta, se siente en el aire que el negocio les va bien.

Pero lo más paradójico es lo que nos ha llevado a aquella pequeña Jamaica en el corazón de Berlín: un concierto de música balcánica. Después de un rato, entramos a la sala en la que se celebrará el espectáculo. Y la música balcánica resulta ser una mezcla de temas españoles, británicos, americanos y de otras procedencias interpretados por un grupo italiano que, ciertamente, le da a cada una de las canciones un estilo peculiar y difícil de clasificar.  

El calor es agobiante y cada vez entra más gente en el local. Igual que en el sur no solemos estar preparados para el frío, está claro que los alemanes no saben cómo afrontar las altas temperaturas. Ni rastro de un sistema de ventilación adecuado para cientos de cuerpos recalentados por el sol de finales de mayo. A mi cabeza solo vienen noticias del tipo “el incendio en una sala de conciertos de Berlín acaba con…”. Al menos, las salidas de emergencia están cerca.

Contra mis peores presagios, he sobrevivido a aquella trampa mortal. Y aquí estoy esperando el penúltimo tren de la noche en dirección a Spandau. Por fin asoma por la bocana de la estación, así que me pongo en pie y me aproximo a la vía. A diferencia del desierto andén, el convoy viene bastante lleno. Y a diferencia de los moradores de la Ostbahnhof, los pasajeros parecen de lo más normales. En su mayoría son jóvenes de clase acomodada, a juzgar por su aspecto, que vuelven a casa después de una noche de farra. Y, contra lo que cabría esperar conociendo el nivel de ingesta alcohólica del pueblo germánico, todos se comportan de una forma bastante prudente.


Unos minutos después bajo del vagón y vuelvo a encontrarme completamente solo mientras recorro la Friedrichstraße de camino al hotel. Es una sensación curiosa la de enfrentarse a una avenida completamente desierta. Pero en las siguientes noches comprobaré que es una experiencia de lo más normal cuando andas por el centro de Berlín a partir de las 8 de la tarde. 

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