sábado, 7 de octubre de 2017

Tintin en el Lejano Oeste (II) - En la carretera

Rectas kilométricas atraviesan los grandes estados del oeste americano. Una vez que se sale de la enmarañada zona metropolitana de Los Ángeles, el tráfico se aligera. Más allá de San Bernardino, el paisaje se va haciendo cada vez más árido a medida que nos acercamos al desierto de Mojave.

A las 10 de la mañana paramos a desayunar en un café estilo años 50. El escenario es un montaje, pero aun así se respira cierto ambiente genuino. Ayuda el hecho de que los personajes que campan por el lugar sí que son muy reales. Gordos a punto de estallar engullen grandes porciones de pasteles servidos por camareras cuyos peinados son casi tan antiguos como el estilo de sus uniformes. Tomarse solo un zumo de naranja parece una ofensa al local, pero después de haber desayunado huevos revueltos y hamburguesas hace poco más de dos horas, mi estómago no da para más.


Seguimos haciendo millas y por fin cruzamos el río Colorado y, con él, la frontera con Arizona. Allí arranca uno de los tramos que aún se conservan de la histórica Ruta 66. Chuck Berry canta en la radio del coche la histórica canción dedicada a la Carretera Madre que tantos versionaron. Después vienen Born to be wild, The weight y tantos otros grandes clásicos del rock americano que me traen a la cabeza a los protagonistas de Easy Rider rodando por aquellas tierras en sus Harleys.


Hay moteros, muchos moteros. De todas las edades, de todas las apariencias, casi siempre viajando en grupo y con todo tipo de grandes motos. Algunos lucen modernos monos, otros llevan camisetas sin mangas y un pañuelo alrededor de la cabeza. Pero hay otras estampas más llamativas. Como la que se encuentra en Oatman, un pueblo formado por dos hileras de casas colocadas a ambos lados de la 66 y donde, si no contamos a los humanos que regentan unos pocos bares y tiendas de recuerdos, que seguramente viven en otro lugar, los únicos habitantes son varias decenas de burros. Al parecer, los animales eran utilizados en una mina cerrada al pueblo, pero, cuando ésta cerró, los abandonaron y se quedaron a vivir en el pueblo, donde siempre hay alguien que les da algo de comer.


La carretera continúa atravesando parajes inhóspitos. De vez en cuando hay señales de que comienza un pueblo, pero el único rastro de vida humana son algunas construcciones destartaladas, muchas de ellas prefabricadas, desperdigadas a ambos lados de la carretera. A pie de arcén, cada cierto tiempo se ve un grupo de ocho o diez buzones desvencijados, bastante alejados también de cualquier vivienda. Me pregunto cómo será trabajar de cartero en esta parte de Arizona. Ciertamente sorprende comprobar la pobreza y la precariedad que se respira en una de las grandes potencias mundiales cuando te adentras en sus zonas rurales.


Ya por la noche llegamos a un núcleo urbano. Son tan solo un par de calles paralelas, con sus correspondientes ejes perpendiculares, pero hay gasolineras, supermercados y algunos lugares para comer. Se respira cierto ambiente bajo las luces de neón de varios de los locales. Finalmente, entramos en uno de los bares, donde devoramos una enorme hamburguesa regada con abundante Coca-Cola mientras un cantante interpreta en la terraza viejos temas de Elvis o Johnny Cash.

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