miércoles, 18 de octubre de 2017

Tintin en el Lejano Oeste (IV) - Desiertos y montañas

Woody Guthrie, un cantante folk estadounidense que inspiró a otros grandes como Bob Dylan o Springsteen, escribió en 1940 una canción dedicada a su país y a sus gentes. Como buena canción folk, tenía una melodía sencilla y una letra profunda. Se llamaba This land is your land y en ella hablaba con gran admiración de su país, una tierra atravesada por grandes carreteras en la que convivían valles, bosques de secuoyas o desiertos. Seguro que la habéis escuchado alguna vez en alguna de los cientos de versiones que se han hecho desde entonces.

Aunque en este viaje solo he tenido la oportunidad de pasar por cuatro estados, he podido comprobar de cerca lo que hace tres cuartos de siglo cantaba Woody. A menudo, desde Europa achacamos a los norteamericanos que no tienen una gran historia, aunque para ellos parecen ser 200 años de lo más intensos. Pero lo que es indudable es que poseen una riqueza natural increíble. Ni mejor ni peor que la del viejo continente: simplemente muy distinta. 


Sin duda, lo más imponente es el Gran Cañón. Levantas la vista desde cualquiera de sus miradores y ves como en la inmensidad se pierde un paisaje lleno de grietas, abismos y rocas en infinitos tonos rojizos. La erosión ha dejado un sinfín de texturas que siguen más allá del horizonte. En algún momento puedes llegar a perder la noción del tamaño, pero entonces, al fondo de todo, ves un fino hilo de agua y comprendes que es el río Colorado. Así que no puede ser tan fino, sino que más bien se encuentra muy, muy profundo.

Del cañón más grande viajé al más estrecho que he visto nunca. En el noroeste de Arizona está Antelope Canyon, una brecha en una montaña en la que difícilmente puedes extender los brazos en cruz. La escasa luz que entra en el lugar deja ver, esta vez muy de cerca, las líneas que la erosión ha dejado en la roca, que se desbarata apenas con el roce de los dedos. Los rayos del sol se cuelan levemente desde la parte superior del cañón, creando increíbles juegos de luces, sombras y tonos entre marrones y naranjas.


Largas carreteras por parajes desolados me llevan al sur de Utah, donde rocas anaranjadas se adueñan de todo el paisaje. Según la zona, toman diferentes zonas: afilados pináculos, parecidos a las chimeneas de hadas típicas de la Capadocia turca, ocupan los alrededores del Bryce Canyon; huecos en forma de arcos permiten atravesar el parque nacional de Red Canyon; y simples mazacotes de piedra, atravesados por una carretera de asfalto rojo para reducir el impacto visual, conforman el parque nacional de Zion.

Los americanos están muy orgullosos de este patrimonio. Por eso, muchos de ellos aprovechan sus vacaciones, los fines de semana o cualquier día libre que tengan para visitar sus parques nacionales. Hay parejas jóvenes, familias, jubilados. Precisamente en Bryce encontré a mi personaje favorito en este sentido: una señora de unos 80 años que, vestida con ropa deportiva, recorría el lugar con su bicicleta, enfadándose con los Rangers del parque y con otros visitantes que la alertaban de la dureza de algunos recorridos. “Puedo hacerlo, no se preocupe”, les decía a todos. Pero la duda era razonable. Sirvan como ejemplo las pendientes del camino en la imagen inferior.


Después de descansar un par de días en ese oasis que es Las Vegas, toca volver al desierto. Esta vez es el Valle de la Muerte, un paisaje tan inhóspito como espectacular. En su parte más profunda, está varias decenas de metros bajo el nivel del mar. Y aún se nota que, hace miles de años, hubo agua allí, porque una capa de sal recubre el fondo del valle. Es lo más parecido a la imagen de desierto que tengo en la cabeza. Además, para un cinéfilo como yo tiene el atractivo de ser uno de los lugares donde se rodaron las escenas del planeta Tatooine de Star Wars, aquellas donde C3PO, R2, Luke Skywalker y Obi Wan Kenobi se encuentran en la aventura original.


Tras una semana de desierto, por fin vuelvo a ver vegetación frondosa a mi alrededor. Las verdes praderas y las grandes secuoyas de Yosemite rellenan cada hueco que deja el escarpado relieve de las Rocosas. Impresiona tanto contemplar desde abajo los rectos muros de las montañas del parque como subir a los miradores que se alzan en algunos de los picos y contemplar la inmensidad del valle desde arriba. Además de las gigantescas secuoyas, que uno ya se espera, aunque no se imagina, sorprende que el resto de los árboles que las rodean son igual de largos, aunque por supuesto no tan gruesos.

Y después de una semana disfrutando de las maravillas que se esconden entre California y la isla de Nueva York, volvemos a la costa del Pacífico. Pero esa ya será historia para otro día.


This land is your land, this land is my land
From California to the New York Island
From the Redwood Forest to the Gulf Stream waters
This land was made for you and me.











No hay comentarios:

Publicar un comentario