domingo, 19 de agosto de 2018

Tintin en Nueva Orleans (II) - "Me gustan tus zapatos"

Si eres forastero en Nueva Orleans, no es extraño que alguien se te acerque y te diga “hey man, I like your shoes”. Es la forma que tienen los buscavidas locales de entrarles a los visitantes para intentar sacarles algo. Tu ropa, la mochila colgada al hombro, una cámara de fotos o, simplemente, tu forma de mirar a todas partes en busca de un nuevo detalle con el que asombrarte te delatan. 

La primera vez que me ha ocurrido ha sido ya por la tarde paseando por la orilla del Misisipi. Las mañanas de Nueva Orleans son tranquilas: casi todo el mundo duerme después de una larga noche en la calle. Así que los únicos que andamos por el centro de la ciudad somos los visitantes que no queremos desaprovechar un minuto y los reponedores de bebidas alcohólicas. Por eso, supongo, es más difícil encontrarse con uno de estos personajes antes de mediodía.


Mientras contemplo un viejo muelle de madera con un kiosco de música en lo alto, se me acerca un negro de al menos sesenta años. Tiene la cara arrugada y una barba mal afeitada y canosa. “Eh, chico, me gustan tus zapatos”. Yo se lo agradezco y sonrío. Y caigo en la trampa. Mi educación me perderá algún día. “Si acierto el lugar donde has conseguido esos zapatos, la ciudad y el país, ¿serás honesto?”, continúa. Tardo un par de segundos en entender lo que me está diciendo debido a ese inglés tan cerrado que gastan los lugareños. Pero finalmente le respondo: “sí, ¿por qué no?”. 

La verdad es que, a esas alturas, ya tengo curiosidad por saber dónde va a terminar todo esto. Mientras hablamos, observo que en una de sus manos lleva una botella pequeña de agua mineral rellena con un líquido negro. Mi principal hipótesis es que quiere limpiarme los zapatos. El tipo sigue repitiendo su pregunta, intentando crear un impasse dramático. Hasta que finalmente, con una risa burlona, pronuncia su respuesta: “debajo de tus pies”. 

¿En serio? Con un gesto de desprecio y un “come on” desilusionado, me doy media vuelta y continúo caminando. Me esperaba algo más después de tanto teatro. Por un momento había recordado a los mulatos de las calles de La Habana que, para trabar conversación con los turistas, te cuentan historias de sus familiares emigrados a España o te hablan de política recordándote cada minuto que no deben hacerlo y que no digas nada a nadie. Pero los charlatanes callejeros de Nueva Orleans no se lo trabajan tanto.

 Al principio lo tomé como un episodio aislado. Pero unos metros más adelante comprendí que aquella escena era tan típica como el jazz por estas tierras. A los siguientes – ya perdí la cuenta de cuántos fueron – les respondí que ya conocía la broma, pero ni así conseguía que se dieran por vencidos. La única solución era seguir caminando y esperar que ellos encontrasen a su siguiente víctima. 

Tuve que esperar hasta mi última tarde en la ciudad para salir victorioso de uno de estos encuentros. Buscaba un hueco entre la multitud para escuchar a una banda callejera que tocaba frente al hotel Astor, al principio de Bourbon Street, cuando un chico joven, con camiseta amplia y gorra de béisbol al revés, se acercó a mí y pronunció la frase. “A mí también me gustan, tío”, le contesté con el acento más americano que me salió. “You’ve been around, man”, me contestó riendo, chocó su puño con el mío y siguió su camino. ¡Esa era la respuesta correcta! Había estado ahí todo el tiempo y no se me había ocurrido hasta el último momento. 

Y con el buen sabor de boca que dejan esas pequeñas victorias personales, que no importan a nadie más que a uno mismo, me adentro una vez más en el corazón del barrio francés en busca de la penúltima cerveza del día. 

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