miércoles, 22 de agosto de 2018

Tintin en Nueva York (II) - Pasear por el Village

El Village es de esos barrios que cada vez que lo visito me enamora un poco más. Tiene todo lo que uno querría tener a mano si viviera en Manhattan y también un montón de cosas apenas necesarias, pero que a la vez son parte del encanto de la gran manzana. Por eso es el lugar elegido para ambientar las vidas de algunos personajes de Friends, Sexo en Nueva York y tantas otras series y pelis. Y también por eso es uno de mis lugares favoritos para pasear o para descansar después de un largo día. 

Entre la lista de cosas innecesarias pero con encanto, puedes encontrar tiendas de artesanía tibetana, vitamina y suplementos o muebles de segunda mano. Pero mi descubrimiento favorito de esta visita ha sido Generation Records, una pequeña tienda de música en Thompson St. Muchos alucinarían con la cantidad de vinilos, nuevos y usados, disponible en sus expositores. Yo me quedo con la colección de casetes que cuelgan de una de sus paredes. Ya puestos a escuchar la música mal, renunciando a las restauraciones digitales, creo que tiene mucho más encanto hacerlo mientras ves girar la cinta en la pletina. 


Otro de los puntos a favor del Village es que en sus calles puedes disfrutar de la gastronomía de medio mundo. Después de echar un vistazo a un italiano que nos habían recomendado – demasiado caro – y de descartar un ruso sin ni siquiera acercarnos, hemos acabado en uno de los dos restaurantes indios que nos hemos encontrado en nuestro paseo. Lo primero que ha hecho el camarero ha sido echarnos dos vasos de agua fría de una jarra repleta de hielos. Eso ya debía habernos alertado de lo que iba a picar la comida. Pero era uno de esos días en que nos sentíamos jóvenes e imprudentes… Y, cuando ya no podíamos más, el camarero nos ha propuesto ponernos el resto de la comida para llevar. No, thanks. 

En Nueva York está muy extendido lo de las ‘doggy bags’. Se supone que te llevas la comida que te sobra para que se la coma tu perro. Pero todo el mundo sabe que, en la mayoría de los casos, la vas a recalentar en el microondas para la próxima comida. Desde luego, sería una crueldad darle algo de lo que hemos pedido a un perro. Si el estómago humano está apenas preparado para sensaciones tan intensas, no quiero imaginar lo que sentiría una mascota doméstica.

No muy lejos de este reducto indostánico en Manhattan está Washington Square, uno de mis lugares favoritos de Nueva York. Es lo más parecido a una plaza de pueblo que puedes encontrar en la ciudad. A mediodía, la gente se refugia bajo sus árboles para huir un rato del calor sofocante de estas alturas del año mientras ardillas y músicos callejeros intentan buscarse la vida a su alrededor. Por la noche, los niños corren alrededor de la fuente central, a la luz del arco del triunfo, mientras sus padres los miran sentados en los bancos cercanos, aún calientes después de estar todo el día al sol. 


En nuestra última noche en la ciudad hemos decidido volver a pasear y sentarnos por allí un rato. Pero está claro que, para nosotros, el Village significa aventura, experimentación, probar cosas diferentes. Por eso, antes de llegar a la plaza hemos tomado una bocacalle y hemos entrado en una pequeña tienda de ultramarinos regentada por un asiático y repleta de productos asiáticos. Decenas de estanterías repletas de comestibles con etiquetas imposibles de descifrar. Aún así, hemos cogido un paquete de patatas fritas, que al final han resultado ser unas bolitas con sabor a cacahuete recubierto de alguna salsa dulce, y un par de zumos de fruta que sí tenían los nombres en inglés. Y, con nuestro picnic ya listo, nos hemos encaminado una vez más al arco del triunfo que pone fin a la Quinta Avenida.

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