lunes, 20 de agosto de 2018

Tintin en Nueva York (I) - Manhattan


“CAPÍTULO PRIMERO. Él adoraba Nueva York. Pasear por sus calles era como hacerlo por el mundo que tantas veces había visto desde el otro lado del océano a través de una pantalla”. No, no. Seguro que puedo hacerlo un poco mejor. 


“CAPÍTULO PRIMERO. Le sobrecogía la grandeza de Nueva York. Se sentía pequeño entre las enormes avenidas y los gigantescos edificios, una criatura minúscula en una jungla en la que a nadie le importaba su presencia”… no, “su existencia”. Demasiado dramático. No es eso lo que pretendo.

“Nueva York era su ciudad ideal. En su autoimpuesta condición de ciudadano del mundo, le gustaba pensar que tenía un poco de neoyorquino. Reconocía sus rincones de mil películas y documentales. Recordaba anécdotas que habían sucedido en cada esquina y soñaba con protagonizarlas él mismo algún día”. Un poco exagerado. 

“CAPÍTULO PRIMERO. Nueva York le apasionaba. Disfrutaba recorriendo sus innumerables barrios o sentado en cualquier banco viendo la vida pasar a su alrededor. Le encantaban las luces y el glamour de Broadway, pero también la decadencia que se respiraba en otras zonas de fachadas despintadas y cubiertas por escaleras enmohecidas…”. Había empezado bien, pero no. 

“CAPÍTULO PRIMERO. Él adoraba Nueva York. Con sus luces y sus sombras. Ese lugar capaz de reunir en unos pocos kilómetros cuadrados a bohemios y capitalistas exacerbados. A chinos, africanos, hispanos y gentes de todo el mundo. Disfrutaba por igual su tráfico caótico o el remanso de paz que podía encontrar en cualquier rincón de Central Park. Se maravillaba con las obras de arte que albergaban las decenas de museos de la ciudad, con las luces de los coches pasando a toda velocidad o con el sonido que le ofrecía un músico callejero en cualquier esquina. A sus ojos, Nueva York era el centro del mundo. Y estaba allí, a su alcance, esperándolo”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario