Era inevitable, teniendo en
cuenta el destino. Pero no deja de ser llamativo el número de curas, monjas y
frailes, todos de uniforme, que te cruzas al día por la calle. Una mañana nos
propusimos contar cuántas órdenes distintas veíamos, pero nos cansamos y
perdimos la cuenta. También me ha llamado la atención la empresa de autobuses
turísticos “Roma cristiana”. Ofrecen tours en autocares de dos plantas
descapotables y otros, imagino que para un mayor recogimiento, en furgonetas con
menos plazas. La primera vez que me fijé en ellos fue junto al Coliseo. Lo
recuerdo porque me pregunté qué les estarían explicando: “los leones acabaron
con muchos como vosotros aquí mismo hace dos mil años”. ¡Qué macabro!
Mis roces con la religión en
la ciudad eterna no dejan de tener su lado curioso. Diría que es la primera vez
que voy cuatro veces a una iglesia para poder entrar. Lo ha conseguido la Basílica
de San Pedro y la cola kilométrica que había cada día para verla. Creo que la
clave de mi éxito estuvo en que, mientras me dirigía hacia allí la cuarta vez,
amenacé con hacer un corte de manga de 360º a toda la columnata de Bernini si
no conseguía entrar. Dios sabe si lo hubiera hecho o no, pero parece que
prefirió no ponerme a prueba y me dejó pasar. Por cierto, el motivo de la cola
es que hay que pasar por un control de seguridad. Pues bien, cuando atravesé el
arco detector de metales, el aparato pitó –como soy así de chulo, ni me quité
el cinturón, ni el reloj, ni dejé la cartera en la cestita– pero los guardias
ni se volvieron a mirarme. Después pasa lo que pasa.
Aparte del empeño en esa
visita, he pasado por varias decenas más de templos: más austeros, recargados,
muy recargados… He visto toda clase de reliquias, desde paja del pesebre donde nació
Jesús hasta fragmentos de huesos de no sé cuántos santos. Aunque soy consciente
de que no he sido un buen cristiano en mi vida, espero que todo esto cuente el
día que me vaya al hoyo. Dios dirá.
Pero entre tantas iglesias se
encuentran cosas interesantes. Aunque ya la había visto antes, me sigue llamando
mucho la atención que la Boca de la Verdad esté en la puerta de una iglesia, Santa
María in Cosmedin. Las leyendas y el turismo la han convertido en algo así como
un ídolo pagano, que roba todo el protagonismo a la Virgen, titular del templo.
Me pregunto cómo es que ningún cura celoso tuvo la idea de cargársela. Tendré
que investigarlo.
De mi particular via crucis
también puedo constatar que el último libro del Papa no ha tenido muy buena
acogida entre los curas de Roma. Cada iglesia está decorada con un Belén, pero
en pocas han optado por retirar la mula y el buey. Con lo fácil que hubiera
sido dejar las dos figuras en el altillo
de la sacristía donde están guardadas el resto del año. Pero es que ni en San
Pedro lo han hecho. Si esto es normal, que baje Dios y lo vea.
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