La maraña de estrechas calles
que discurre entre las grandes avenidas del centro de Roma son uno de los
encantos de la ciudad. Sin embargo, a diferencia de otras grandes urbes, las
autoridades locales no han optado por hacerlas peatonales. Al contrario, es
asombrosa la cantidad de coches que a diario circulan y, sobre todo, que
aparcan en ellos.
Esta característica ofrece al
paseante la posibilidad de conocer la amplia gama de vehículos pequeños
disponibles en el mercado. Están las motos, ya sean tipo scooter o de mayor
cilindrada; los pequeños coches que sólo requieren el permiso de conducir de
ciclomotores; los modelos mono o biplaza de marcas de turismos como Renault o
BMW. Pero lo que abunda sobre todos ellos son los Smart. Nunca había visto
tantos juntos. Además del evidente problema de maniobrar y aparcar por esas
calles, se me ocurre que por allí circula mucho dinero. No son modelos baratos.
Las vacaciones navideñas
llenan las calles de niños y los comerciantes ambulantes sacan todo tipo de
artefactos para seducir a los más pequeños, que a su vez presionan a sus mayores
para conseguirlos. Por eso, además de la iluminación navideña, muchos rincones
de la ciudad están decorados por globos en forma de personajes de dibujos
animados. A veces dan lugar a fotos distintas, como esta de la Fontana di
Trevi, en la que un pequeño poni se mezcla con Neptuno, los caballos y los
tritones. El pobre animal no estorba mucho más que las miles de personas que se
agolpan en la plaza para contemplar la fuente.
Lo que a todo niño pequeño le
fascina de esos globos, más que la figura pintada en ellos, es su tendencia a
subir, su voluntad de escapar. Solo un pequeño hilo los mantiene bajo control.
Hasta que en un descuido, la mano no agarra el hilo como es debido y el globo
se va. Y es entonces cuando un turista entra en una iglesia cualquiera, mira
hacia arriba para contemplar los frescos de su bóveda y se encuentra que una de
las figuras está tapada por un Barbapapá de un color azul intenso.
Italia también es conocida por
la moda y por sus diseñadores mundialmente famosos. Otros, de lugares menos
glamurosos, adoptan nombres artísticos que suenen a italiano para beneficiarse
del prestigio del país en este campo. Sin embargo, ese negocio está en Milán.
La moda en Roma va por otro camino. Lo comprobé la otra tarde paseando por el
centro de Roma, cuando casualmente tropecé con una calle llena de boutiques
dedicadas a la moda y los complementos para todo tipo de religiosos: desde las
prendas más mundanas para una monja o un cura raso hasta ostentosas túnicas que
podrían vestir a cualquier arzobispo.
Entre los complementos, me
quedo especialmente con dos modelos de maletín con todos los artilugios
necesarios para un sacerdote. No tengo ni idea de cómo se llaman ni para qué
sirven la mitad de esas cosas.
Siempre me pregunté dónde se
compraban estas ropas, pero nunca imaginé que fuera en sitios así. También me
he quedado con la duda de si hace falta mostrar alguna documentación que
acredite la condición de sacerdote o cualquiera, con el dinero suficiente,
puede comprar estas cosas. Lo siento, no entré a preguntar.
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