La hora de comer es siempre un
momento interesante en todos los viajes. Una excusa para descansar, una forma
más de acercarse a la cultura local… Pero en Italia, además, suele ser un
placer. Lo que en casa es una solución rápida cuando no hay ganas de cocinar
algo más elaborado – una pizza, un plato de pasta – aquí es un manjar.
Lo de las lentejas ya mereció
capítulo aparte, pero hay mucho más de lo que hablar. Con el abrigo abotonado
hasta arriba, mientras el sol se pone, en pleno 31 de diciembre me he tomado el
helado más delicioso que recuerdo: sorbete de pera. El sabor, la textura: ha
sido como comerse una pera a cucharadas.
La otra noche tuve la
oportunidad de salir con varios italianos. Con todos los restaurantes llenos,
curiosamente fui yo quien propuso el sitio donde finalmente cenamos. Lo conocía
porque había estado allí la noche que llegamos. Los lugareños no conocían el
sitio pero, eso sí, fueron de gran ayuda a la hora de elegir lo mejor de la
carta.
Especialmente me quedo con
unas aceitunas rebozadas y rellenas de carne. Siempre es una gran idea rebozar
las cosas, pero nunca se me había ocurrido hacerlo con las olivas. Pero el
resultado es gratamente sorprendente.
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