jueves, 16 de enero de 2014

Tintin vuelve a París (IV) - Rodando por la ciudad

Decir que París es una ciudad de cine es mucho más que una frase ñoña. Aquí empieza la historia del cine, cuando los hermanos Lumière proyectan la grabación de sus primeras imágenes en movimiento en 1895, las de la salida de los obreros de su fábrica. Desde entonces, sus calles han servido para ambientar cientos de historias en la gran pantalla. Por eso, una forma interesante de recorrer la ciudad es buscar, o incluso encontrar por casualidad, algunos de los lugares por los que pasan esos personajes que tantas veces hemos visto en el cine o la televisión.

Mi ruta particular tiene que empezar, cómo no, en la puerta lateral de Saint-Etienne-du-Mont. Sentado en su escalinata, espero –como Gil Pender, el protagonista de Midnight in Paris (de Woody Allen)– que un antiguo Rolls-Royce doble la curva de la rue de la Montagne Sainte-Geneviéve para recogerme y llevarme por los rincones más animados de la ciudad. Pero son las doce de la mañana, no de la noche, y aún no he tomado ni un sorbo de vino desde que me he levantado, así que la cosa no funciona. Tengo que seguir a pie.


Otra de las parisinas que en los últimos años ha encandilado a medio mundo es Amélie Poulain. Por el barrio de Montmartre están desperdigados muchos de los rincones en los que transcurría su vida cotidiana. Pero quizá el lugar más pintoresco es el canal de Saint Martin, un pequeño remanso de tranquilidad para el que apenas hay que alejarse del centro de la ciudad, en el que Amélie disfruta de uno de sus pequeños placeres cotidianos: hacer rebotar las piedras contra el agua. Eso sí, la película debió rodarse en primavera, porque ni la vegetación es ahora tan frondosa ni el frío aconseja pasear con manga corta, como hace la protagonista.


A la orilla del Sena está Shakespeare and Company. Es una vieja librería con estanterías del suelo al techo, atestada de libros y sospecho que más frecuentada por turistas y curiosos que por bibliófilos. Aunque es otro de los puntos por los que pasa el protagonista de Woody Allen en su deambular por París, confieso que no lo recordaba. Sin embargo, nada más ver la fachada, con sus escaparates y su puerta de madera verde, me viene a la mente Antes del atardecer, que comienza precisamente allí.


Quizá el escenario que más he repetido en esta visita corresponde a una de las películas menos conocidas, pero a la vez una de las últimas que he visto en el cine: la peculiar Holy Motors. Uno de los momentos cumbre de la historia transcurre en el antiguo edificio de las galerías Samaritaine, situado a la orilla del Sena, a pocos metros del Pont Neuf, y en la acera de enfrente según salía cada mañana de mi apartamento.


Y podría seguir escribiendo líneas y líneas recordando mil historias: el jorobado de Notre Dame, James Bond bajando sobre el techo de uno de los ascensores de la torre Eiffel. Pero la última no puede ser otra que la despedida más famosa del cine, en la que París es protagonista aunque no aparece ni una sola imagen de la ciudad. Siempre nos quedará París.

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