Decir que París es una ciudad
de cine es mucho más que una frase ñoña. Aquí empieza la historia del cine,
cuando los hermanos Lumière proyectan la grabación de sus primeras imágenes en
movimiento en 1895, las de la salida de los obreros de su fábrica. Desde
entonces, sus calles han servido para ambientar cientos de historias en la gran
pantalla. Por eso, una forma interesante de recorrer la ciudad es buscar, o
incluso encontrar por casualidad, algunos de los lugares por los que pasan esos
personajes que tantas veces hemos visto en el cine o la televisión.
Mi ruta particular tiene que
empezar, cómo no, en la puerta lateral de Saint-Etienne-du-Mont. Sentado en su
escalinata, espero –como Gil Pender, el protagonista de Midnight in Paris (de
Woody Allen)– que un antiguo Rolls-Royce doble la curva de la rue de la
Montagne Sainte-Geneviéve para recogerme y llevarme por los rincones más
animados de la ciudad. Pero son las doce de la mañana, no de la noche, y aún no
he tomado ni un sorbo de vino desde que me he levantado, así que la cosa no
funciona. Tengo que seguir a pie.
Otra de las parisinas que en
los últimos años ha encandilado a medio mundo es Amélie Poulain. Por el barrio
de Montmartre están desperdigados muchos de los rincones en los que transcurría
su vida cotidiana. Pero quizá el lugar más pintoresco es el canal de Saint
Martin, un pequeño remanso de tranquilidad para el que apenas hay que alejarse
del centro de la ciudad, en el que Amélie disfruta de uno de sus pequeños
placeres cotidianos: hacer rebotar las piedras contra el agua. Eso sí, la
película debió rodarse en primavera, porque ni la vegetación es ahora tan
frondosa ni el frío aconseja pasear con manga corta, como hace la protagonista.
A la orilla del Sena está
Shakespeare and Company. Es una vieja librería con estanterías del suelo al
techo, atestada de libros y sospecho que más frecuentada por turistas y
curiosos que por bibliófilos. Aunque es otro de los puntos por los que pasa el
protagonista de Woody Allen en su deambular por París, confieso que no lo
recordaba. Sin embargo, nada más ver la fachada, con sus escaparates y su
puerta de madera verde, me viene a la mente Antes del atardecer, que comienza
precisamente allí.
Quizá el escenario que más he
repetido en esta visita corresponde a una de las películas menos conocidas,
pero a la vez una de las últimas que he visto en el cine: la peculiar Holy
Motors. Uno de los momentos cumbre de la historia transcurre en el antiguo
edificio de las galerías Samaritaine, situado a la orilla del Sena, a pocos
metros del Pont Neuf, y en la acera de enfrente según salía cada mañana de mi
apartamento.
Y podría seguir escribiendo
líneas y líneas recordando mil historias: el jorobado de Notre Dame, James
Bond bajando sobre el techo de uno de los ascensores de la torre Eiffel. Pero la
última no puede ser otra que la despedida más famosa del cine, en la que París
es protagonista aunque no aparece ni una sola imagen de la ciudad. Siempre nos
quedará París.
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