miércoles, 30 de mayo de 2012

Horizontes


Una de las cosas más difíciles para un periodista es escribir sobre algo que no cree. Y en eso estoy ahora. Es un trámite, lo sé. No es periodismo, también lo sé. Pero me da bastante igual. Así que me voy a dar el gusto de escribir lo que se me apetezca. Y os lo regalo. Y aunque en estos días se hace difícil leer sobre otra cosa que no sea esa arriesgada parienta que no deja de subir, me he propuesto ser original.

Cuando las cosas están mal cerca, lo más fácil es pensar en algún lugar lejano. Los que me conocéis ya sabéis que no me suelen hacer falta excusas para soñar con el quinto pino, pero cada vez lo hago con más frecuencia. Sueño con una tierra que me acoja, un cielo que me cobije, un árbol que me de sombra, aire fresco que me dé fuerzas nuevas…

Curiosamente, cuanto más repito estos pensamientos más reflexiono también sobre lo que me une aquí y no quiero perder. Sobre todo los amigos, esa gente que a veces parece que no está, pero que aparece cuando más se necesitan. Pero también los lugares que más frecuento, mis hábitos más cotidianos. En suma, todo lo que forma parte de mí.

Un gran paso para un hombre, uno insignificante para la humanidad, que diariamente ve como miles de sus miembros hacen lo mismo. Pero, cuando se trata de uno mismo, poco importa el resto de la raza. El reto es buscar una buena razón para irse o una mejor para quedarse. Hay que darle un par de vueltas. O tirarse un día a la piscina sin pensarlo. Por el momento, triunfa el hemisferio izquierdo y sigo prefiriendo la primera opción. Y con este calor, que no deja dormir, ahora toca un rato de darle al coco: una vuelta, otra vuelta, otra vuelta…

jueves, 17 de mayo de 2012

Luz nocturna


Doce y pico de la noche, 25 grados – ha bajado 7 desde la última vez que miré el indicador del ordenador –, música variada. La noche me ayuda a ver las cosas más claras. Pero la claridad de mi mente no siempre parece capaz de convivir con la claridad del sol. Así que mañana, cuando despierte, seguramente se habrá ido.

“Que no nos recorten la esperanza”, me ha dicho alguien hoy a propósito de los últimos “ajustes” presupuestarios anunciados en Andalucía. Extraña forma de dar ánimos, pero los tiempos que corren lo cambian todo, incluso estas cosas. La esperanza, como mi claridad mental, también viene y va.

Y la gente continúa yendo y viniendo. Cada vez con la cabeza más agachada, sin saber muy bien por qué algo que no comprenden en absoluto está influyendo tanto en sus vidas. Pero siguen pasando cosas, ajenas a la economía, a pesar de ella.

Porque, aunque a veces es fácil creer lo contrario, el dinero sigue sin serlo todo en este mundo. Y cuando él y todo lo que conlleva desaparece un momento de la cabeza, deja paso a grandes ideas, a proyectos que no necesitan financiación sino ganas. Ganas y un poco de lucidez, de esa que a mí sólo me dura un rato por la noche.

sábado, 12 de mayo de 2012

Tintin en Liverpool (V): Birthday - El cumpleaños de Bob


Lunes noche. Vuelvo al Cavern Club para despedirme de la ciudad. No hay tanta gente como durante el fin de semana, pero el lugar no necesita más de un centenar de almas para parecer lleno. En lugar de un grupo, hoy es un solista con una guitarra acústica el que ocupa el escenario. Tiene un cierto aire a John Lennon: vestido completamente de negro, peinado con el flequillo hacia delante e incluso la voz recuerda un poco a él. Eso sí, le sobran unos años y, puestos a criticar, unos kilos.


Me pido mi primera pinta y la apoyo en una pequeña repisa que cuelga de una de las columnas que soportan la bóveda central del club. Junto a mí, un viejo rockero de pelo blanco y chupa de cuero charla con dos chicas sentadas delante de él a las que, según voy deduciendo poco a poco, no conoce de nada. Entre sorbo y sorbo, mueve sus manos como si tocara una guitarra. Poco a poco, me va introduciendo en la conversación.

El primer cantante de la noche termina su actuación. “El siguiente es mejor”, me comenta una de las chicas, que parece frecuentar el local, seguramente como parte del tour que ofrece a las amigas que la visitan. No miente. El nuevo no respeta el look Beatle – me recuerda más bien a Bon Jovi – pero consigue animar el local desde la primera canción. Primera canción que, para mi sorpresa, es de Oasis. “Esto es lo último que esperaba escuchar aquí”, le comento a mi amigo el viejo rockero. Se ríe. No será la última sorpresa de la noche. Después llega Satisfaction. Oasis y Stones en el templo de los Beatles: ¡este tipo es un hereje!
 
He aprovechado el descanso para pedir otra. A la vuelta consigo acercarme más y me siento en un altavoz justo delante del escenario. Desde allí disfruto de grandes clásicos de los Beatles y de todo un recorrido por la historia del rock: de Chuck Berry a U2, pasando por los Eagles o Bon Jovi, al que este chico me recuerda más que nunca. En el pasillo central del club, el público es más joven. Todos menos Bob, un grandullón llegado de Birmingham para celebrar su 55 cumpleaños. Probablemente nos saca un cuarto de siglo a todos los que lo rodeamos, pero está más animado que cualquier otro. Su mujer no tarda en hacer notar a toda la concurrencia tan señalada fecha. A partir de ahí, todo el espectáculo gira en torno a él: bailes, canciones dedicadas y, cómo no, un cumpleaños feliz a coro.

También aparecen en escena varios tipos corpulentos, que podrían haber salido del fondo norte de cualquier estadio británico. Cada vez están más mamados. Claro que los demás también.  Muy pronto descubro que Yesterday – tema dulce, bonito y cursi, si se quiere – es una excelente canción para cantar a gritos y abrazados en plena borrachera.  Nunca antes lo habría imaginado.

Y tras esa, muchas más. “Magnífica fiesta de cumpleaños. ¿todos los años es igual?”, le grito a Bob en el oído. Terminamos destrozando a berridos grandes clásicos de la música de ayer y de hoy hasta que, como cualquier noche de hace 50 años, el Twist and Shout pone el punto y final. Un grupo de latinas, con las que el cantante lleva flirteando toda la noche, piden “otra, otra”. Lástima que el chico sólo habla de español las palabras justas para intentar ligar con ellas. Así que se acaba el espectáculo.


Subo por última vez las escaleras hacia la salida. Es medianoche y las calles de camino al hotel están desiertas. El silencio a mi alrededor deja al descubierto un zumbido en los oídos. Último recuerdo de una de las mejores noches de lunes que recuerdo. Liverpool se acaba y no sé cuándo volveré, pero mis ojos y mis oídos se llevan buenos recuerdos.


viernes, 11 de mayo de 2012

Tintin en Liverpool (IV): Day Tripper - Chester


Capital del condado de Cheshire, tierra del gato de Cheshire – creado por Lewis Carroll, que también vivió por aquellas tierras –, Chester se ofrece como uno de esos pueblos que preservan la esencia o, al menos, la imagen de otros tiempos. A poco menos de una hora en tren de Liverpool, parecía el destino perfecto para una excursión de dominguero, aunque ya sea lunes.


El camino desde la estación al centro urbano muestra una localidad sobria. De vez en cuando, algún edificio llama la atención entre las hileras de casas de ladrillo rojo. En un principio no pinta mal, pero la cosa va empeorando por momentos. En el centro urbano ocurre algo parecido a lo que ya comenté de Liverpool. El problema es que, al tratarse de calles y edificios más pequeños, el impacto es mayor.

La globalización ha llenado la calle principal de McDonald’s, Marks & Spencer y demás grandes cadenas. Todas ellas, por supuesto, con sus carteles. Por una parte, comprendo que es ingenuo pretender que un pueblo mantenga sus calles libres de comercios por conservar su pintoresca estampa. Por otra, hay que admitir que, una vez franqueada la muralla, parece que han cuidado más el tamaño y el color de la cartelería. En cualquier caso, esto no parece haber frenado a los visitantes. Manadas de turistas pasean por las dos o tres calles más importantes del centro histórico.

La cosa cambia un poco al recorrer la muralla que rodea la ciudad. Es modesta, por no decir endeble – cuesta creer que pudiera retener algún ataque – pero permite recorrer partes menos transitadas de la localidad. Un grupo de estudiantes ensaya en un anfiteatro romano vestidos de gladiadores, los niños juegan en el patio de un jardín de infancia y los ancianos del lugar pasean aprovechando el sol de media mañana, poco común al menos en los últimos días.

Pero el lugar no da para mucho más. En tres horas estoy de vuelta en la estación y, poco después, de regreso a la orilla del Mersey, donde las nubes aparecen de nuevo y tapan parcialmente el sol, creando una luz curiosa sobre el río. Decenas de viajeros y algunos vehículos hacen cola para subir al trasbordador hacia la Isla de Man. Los veo marchar y recuerdo que apenas me quedan 24 horas antes de que yo también tenga que irme.

martes, 8 de mayo de 2012

Tintín en Liverpool (III): Penny Lane - Postales de Liverpool


Llegados a esta tercera entrada, creo que la ciudad se merece algo más que referencias a sus habitantes más célebres. Digamos que es uno de los puntos fuertes de la ciudad, pero no el único. Liverpool es un lugar peculiar, lleno de contrastes. He de confesar que no me había documentado mucho antes de este viaje. El plan era dejarse llevar. Por eso, tenía en mi cabeza la imagen de la típica ciudad británica: casas bajas, puertas de colores y ese tipo de cosas. 


Efectivamente, esa es una de las caras de la ciudad. Pero quizá, precisamente por esperada, la menos atrayente. Por el contrario, mi primera toma de contacto, nada más bajar del autobús del aeropuerto y de camino al hotel, es con una calle franqueada por construcciones de apariencia industrial reaprovechados para negocios más actuales.


 Lo más llamativo llega en mi primer paseo, que me lleva al centro comercial. Se trata de una decena de calles y avenidas peatonales en las que los edificios alternan fachadas que evocan a la arquitectura más clásica con modernos bajos, invadidos por las principales multinacionales de ropa, complementos o comida. Otro genial ejemplo del impacto visual. He de decir que éste es el que menos me ha agradado de todos los que recuerdo, pero hay que admitir que quizá esa intervención es la que permite que el resto del edificio siga en buenas condiciones y las calles llenas de vida.


Entre calles de típicas casas inglesas, algunas de ellas ocupadas por el barrio chino, se levantan dos singulares catedrales. La Catedral de Liverpool, anglicana, es una moderna edificación que imita el viejo estilo de las grandes construcciones religiosas. A menos de un kilómetro, la Catedral Metropolitana, católica, es todo lo contrario. De planta circular y apariencia de bar de copas por su iluminación, casi que dan ganas de ir a misa por echar un vistazo.


Lejos del centro, los suburbios muestran una realidad totalmente distinta, donde los últimos establecimientos son tiendas de alimentación y casas de apuestas. Los alrededores de Penny Lane, famosos gracias a alguno de sus antiguos paseantes, y otros tantos barrios sin tanto nombre, son una sucesión de casas cuadradas, de ladrillo rojo y grandes ventanas, mínima expresión de la belleza y la creatividad arquitectónica. 



domingo, 6 de mayo de 2012

Tintin en Liverpool (II): Twist and shout - En la caverna


The Cavern Club es una referencia fundamental para cualquier amante de la música que visite Liverpool. Aunque no se conserva el local original, el lugar actual sigue manteniendo una cierta magia, que atrapa al menos a todo aquel que se quiere dejar llevar por ella. Más allá de recuerdos y referencias a otros artistas que son claramente posteriores a los comienzos de los Beatles en el local, es fácil imaginar el ambiente que allí se respiraba hace medio siglo.


 Un penetrante olor a ambientador de cuarto de baño invade la nariz del visitante nada más bajar la escalera que da acceso al club. La baja bóveda que cubre la estancia hace imaginar que allí ha olido a cosas peores, en otras épocas, cuando el humo del tabaco – y cosas peores – se mezclaban con el poco aire que entra de la calle. Así que es mejor no quejarse.

Unos pocos focos de colores dan la luz suficiente a un local pequeño y oscuro. Al fondo, un cuarteto recuerda grandes éxitos de los Fab Four. Ante ellos, una pequeña multitud baila y corea uno a uno los temas que van tocando.

Quizá ha cambiado un poco el perfil medio de la audiencia. Los jóvenes de principios de los 60 han dejado paso a familias, matrimonios de treinta o cuarenta años con sus hijos pequeños, cincuentones melancólicos que recuerdan años mejores, jóvenes curiosos que querrían haberlos conocido y alguno que, al menos por edad, pudo haber coincidido con John, Paul, George y Ringo en sus noches locas aquí.

De vuelta a la calle, Mathew Street sigue recordando el ambiente de su mejor época. Los curiosos se mezclan con los liverpulianos entre estatuas de sus ídolos, carteles con su imagen, locales que usan sus nombres o el de sus canciones como ganchos fáciles y la música, que suena por todas partes.