Doce y pico de la noche, 25
grados – ha bajado 7 desde la última vez que miré el indicador del ordenador –,
música variada. La noche me ayuda a ver las cosas más claras. Pero la claridad
de mi mente no siempre parece capaz de convivir con la claridad del sol. Así
que mañana, cuando despierte, seguramente se habrá ido.
“Que no nos recorten la
esperanza”, me ha dicho alguien hoy a propósito de los últimos “ajustes”
presupuestarios anunciados en Andalucía. Extraña forma de dar ánimos, pero los
tiempos que corren lo cambian todo, incluso estas cosas. La esperanza, como mi
claridad mental, también viene y va.
Y la gente continúa yendo y
viniendo. Cada vez con la cabeza más agachada, sin saber muy bien por qué algo
que no comprenden en absoluto está influyendo tanto en sus vidas. Pero siguen
pasando cosas, ajenas a la economía, a pesar de ella.
Porque, aunque a veces es
fácil creer lo contrario, el dinero sigue sin serlo todo en este mundo. Y
cuando él y todo lo que conlleva desaparece un momento de la cabeza, deja paso
a grandes ideas, a proyectos que no necesitan financiación sino ganas. Ganas y
un poco de lucidez, de esa que a mí sólo me dura un rato por la noche.
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