The Cavern Club es una
referencia fundamental para cualquier amante de la música que visite Liverpool.
Aunque no se conserva el local original, el lugar actual sigue manteniendo una
cierta magia, que atrapa al menos a todo aquel que se quiere dejar llevar por
ella. Más allá de recuerdos y referencias a otros artistas que son claramente
posteriores a los comienzos de los Beatles en el local, es fácil imaginar el
ambiente que allí se respiraba hace medio siglo.
Un penetrante olor a
ambientador de cuarto de baño invade la nariz del visitante nada más bajar la
escalera que da acceso al club. La baja bóveda que cubre la estancia hace
imaginar que allí ha olido a cosas peores, en otras épocas, cuando el humo del
tabaco – y cosas peores – se mezclaban con el poco aire que entra de la calle.
Así que es mejor no quejarse.
Unos pocos focos de colores
dan la luz suficiente a un local pequeño y oscuro. Al fondo, un cuarteto
recuerda grandes éxitos de los Fab Four. Ante ellos, una pequeña multitud baila
y corea uno a uno los temas que van tocando.
Quizá ha cambiado un poco el
perfil medio de la audiencia. Los jóvenes de principios de los 60 han dejado
paso a familias, matrimonios de treinta o cuarenta años con sus hijos pequeños,
cincuentones melancólicos que recuerdan años mejores, jóvenes curiosos que
querrían haberlos conocido y alguno que, al menos por edad, pudo haber
coincidido con John, Paul, George y Ringo en sus noches locas aquí.
De vuelta a la calle, Mathew
Street sigue recordando el ambiente de su mejor época. Los curiosos se mezclan
con los liverpulianos entre estatuas de sus ídolos, carteles con su imagen,
locales que usan sus nombres o el de sus canciones como ganchos fáciles y la
música, que suena por todas partes.
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