Capital del condado de
Cheshire, tierra del gato de Cheshire – creado por Lewis Carroll, que también
vivió por aquellas tierras –, Chester se ofrece como uno de esos pueblos que
preservan la esencia o, al menos, la imagen de otros tiempos. A poco menos de
una hora en tren de Liverpool, parecía el destino perfecto para una excursión
de dominguero, aunque ya sea lunes.
El camino desde la estación al
centro urbano muestra una localidad sobria. De vez en cuando, algún edificio
llama la atención entre las hileras de casas de ladrillo rojo. En un principio
no pinta mal, pero la cosa va empeorando por momentos. En el centro urbano
ocurre algo parecido a lo que ya comenté de Liverpool. El problema es que, al
tratarse de calles y edificios más pequeños, el impacto es mayor.
La globalización ha llenado la
calle principal de McDonald’s, Marks & Spencer y demás grandes cadenas.
Todas ellas, por supuesto, con sus carteles. Por una parte, comprendo que es
ingenuo pretender que un pueblo mantenga sus calles libres de comercios por
conservar su pintoresca estampa. Por otra, hay que admitir que, una vez
franqueada la muralla, parece que han cuidado más el tamaño y el color de la
cartelería. En cualquier caso, esto no parece haber frenado a los visitantes. Manadas
de turistas pasean por las dos o tres calles más importantes del centro histórico.
La cosa cambia un poco al
recorrer la muralla que rodea la ciudad. Es modesta, por no decir endeble –
cuesta creer que pudiera retener algún ataque – pero permite recorrer partes
menos transitadas de la localidad. Un grupo de estudiantes ensaya en un
anfiteatro romano vestidos de gladiadores, los niños juegan en el patio de un
jardín de infancia y los ancianos del lugar pasean aprovechando el sol de media
mañana, poco común al menos en los últimos días.
Pero el lugar no da para mucho
más. En tres horas estoy de vuelta en la estación y, poco después, de regreso a
la orilla del Mersey, donde las nubes aparecen de nuevo y tapan parcialmente el
sol, creando una luz curiosa sobre el río. Decenas de viajeros y algunos
vehículos hacen cola para subir al trasbordador hacia la Isla de Man. Los veo
marchar y recuerdo que apenas me quedan 24 horas antes de que yo también tenga
que irme.
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