Llegados a esta tercera
entrada, creo que la ciudad se merece algo más que referencias a sus habitantes
más célebres. Digamos que es uno de los puntos fuertes de la ciudad, pero no el
único. Liverpool es un lugar peculiar, lleno de contrastes. He de confesar que
no me había documentado mucho antes de este viaje. El plan era dejarse llevar.
Por eso, tenía en mi cabeza la imagen de la típica ciudad británica: casas
bajas, puertas de colores y ese tipo de cosas.
Efectivamente, esa es una de
las caras de la ciudad. Pero quizá, precisamente por esperada, la menos atrayente.
Por el contrario, mi primera toma de contacto, nada más bajar del autobús del
aeropuerto y de camino al hotel, es con una calle franqueada por construcciones
de apariencia industrial reaprovechados para negocios más actuales.
Lo más llamativo llega en mi
primer paseo, que me lleva al centro comercial. Se trata de una decena de
calles y avenidas peatonales en las que los edificios alternan fachadas que
evocan a la arquitectura más clásica con modernos bajos, invadidos por las
principales multinacionales de ropa, complementos o comida. Otro genial ejemplo
del impacto visual. He de decir que éste es el que menos me ha agradado de
todos los que recuerdo, pero hay que admitir que quizá esa intervención es la
que permite que el resto del edificio siga en buenas condiciones y las calles
llenas de vida.
Entre calles de típicas casas
inglesas, algunas de ellas ocupadas por el barrio chino, se levantan dos singulares
catedrales. La Catedral de Liverpool, anglicana, es una moderna edificación que
imita el viejo estilo de las grandes construcciones religiosas. A menos de un
kilómetro, la Catedral Metropolitana, católica, es todo lo contrario. De planta
circular y apariencia de bar de copas por su iluminación, casi que dan ganas de
ir a misa por echar un vistazo.
Lejos del centro, los
suburbios muestran una realidad totalmente distinta, donde los últimos establecimientos son tiendas de alimentación y casas de apuestas. Los alrededores de Penny
Lane, famosos gracias a alguno de sus antiguos paseantes, y otros tantos
barrios sin tanto nombre, son una sucesión de casas cuadradas, de ladrillo rojo
y grandes ventanas, mínima expresión de la belleza y la creatividad
arquitectónica.
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