Una de las cosas más difíciles
para un periodista es escribir sobre algo que no cree. Y en eso estoy ahora. Es
un trámite, lo sé. No es periodismo, también lo sé. Pero me da bastante igual.
Así que me voy a dar el gusto de escribir lo que se me apetezca. Y os lo
regalo. Y aunque en estos días se hace difícil leer sobre otra cosa que no sea esa
arriesgada parienta que no deja de subir, me he propuesto ser original.
Cuando las cosas están mal
cerca, lo más fácil es pensar en algún lugar lejano. Los que me conocéis ya sabéis
que no me suelen hacer falta excusas para soñar con el quinto pino, pero cada
vez lo hago con más frecuencia. Sueño con una tierra que me acoja, un cielo que
me cobije, un árbol que me de sombra, aire fresco que me dé fuerzas nuevas…
Curiosamente, cuanto más
repito estos pensamientos más reflexiono también sobre lo que me une aquí y no
quiero perder. Sobre todo los amigos, esa gente que a veces parece que no está,
pero que aparece cuando más se necesitan. Pero también los lugares que más
frecuento, mis hábitos más cotidianos. En suma, todo lo que forma parte de mí.
Un gran paso para un hombre,
uno insignificante para la humanidad, que diariamente ve como miles de sus
miembros hacen lo mismo. Pero, cuando se trata de uno mismo, poco importa el
resto de la raza. El reto es buscar una buena razón para irse o una mejor para
quedarse. Hay que darle un par de vueltas. O tirarse un día a la piscina sin
pensarlo. Por el momento, triunfa el hemisferio izquierdo y sigo prefiriendo la
primera opción. Y con este calor, que no deja dormir, ahora toca un rato de
darle al coco: una vuelta, otra vuelta, otra vuelta…
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