Sentado en la fuente de la plaza Stranvinsky, mientras devoro un crep de nutella y plátano, pienso en el impacto visual sobre la zona, los observadores internacionales y tonterías por el estilo. Y me río. Si por algo me gusta este lugar es precisamente por el contrapunto que supone frente a todo lo que lo rodea. Y supongo que los cientos de personas que pasean a mi alrededor en este mismo instante, han venido por algo parecido.
A no más de 500 metros quedan lugares representativos de la ciudad como la Tour Saint Jacques, el Ayuntamiento o, un poco más lejos, la catedral de Notre Dame o el Louvre. Y en lugar de romper la armonía del entorno o atentar contra la identidad de la ciudad, este rincón – uno de mis favoritos de todo París – se convierte en el lugar ideal para sentarse a comer algo, hacer un descanso en el duro día del turista o, simplemente, dejar pasar el tiempo mirando un sombrero que da vueltas, una sirena recostada o el agua que sale entre unos labios de color rojo intenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario