sábado, 14 de abril de 2012

Tintín en París (III) - Contrastes

No pretendo en estos textos hacer una guía turística de París. Ya hay muchas en las librerías. Los escenarios son casi siempre pretextos para contar otra historia o meras circunstancias de una anécdota. Sin embargo, hay al menos un lugar que merece una mención especial. Se trata del Centro Pompidou y sus alrededores. Ya me maravilló en mi primera visita a la ciudad, hace más de 20 años, y hoy lo sigue haciendo como aquel día.

Sentado en la fuente de la plaza Stranvinsky, mientras devoro un crep de nutella y plátano, pienso en el impacto visual sobre la zona, los observadores internacionales y tonterías por el estilo. Y me río. Si por algo me gusta este lugar es precisamente por el contrapunto que supone frente a todo lo que lo rodea. Y supongo que los cientos de personas que pasean a mi alrededor en este mismo instante, han venido por algo parecido.

Porque este mamotreto de colores y tuberías por fuera de los muros atrae a gente distinta, o a la misma gente que, en este entorno, se comporta de otro modo. A la plaza que preside el edificio nunca le falta un artista representando su espectáculo y un corrillo de curiosos mirándolo. Y la fuente situada en uno de sus laterales arranca una sonrisa, cuando no una foto, a todo el que pasa por su lado.

A no más de 500 metros quedan lugares representativos de la ciudad como la Tour Saint Jacques, el Ayuntamiento o, un poco más lejos, la catedral de Notre Dame o el Louvre. Y en lugar de romper la armonía del entorno o atentar contra la identidad de la ciudad, este rincón – uno de mis favoritos de todo París – se convierte en el lugar ideal para sentarse a comer algo, hacer un descanso en el duro día del turista o, simplemente, dejar pasar el tiempo mirando un sombrero que da vueltas, una sirena recostada o el agua que sale entre unos labios de color rojo intenso.

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