miércoles, 18 de abril de 2012

Tintín en París (VIII) - Andar por andar

Esta mañana he salido del hotel más temprano que de costumbre y sin tener muy claro qué iba a hacer hoy. De hecho, sólo tenía decidida mi primera parada: el museo Rodin. Pero, con el paso de las horas, he aprendido una lección: en París no hacen falta planes, sólo unos zapatos cómodos y un buen par de piernas.

Sin una ruta fijada, me he dejado llevar por donde mis pies y mis sentidos han decidido en cada momento. Y así he encontrado rincones que no conocía, o que al menos no recordaba, y que merecen tanto la pena como el monumento más famoso. Menos conocidos, más sencillos pero, en fin, una parte más de esta maravillosa ciudad que me gusta entera, no a trozos.

Por el camino me he encontrado callejones pintorescos, fachadas cubiertas por flores o enredaderas, carteles electorales, niños jugando en el patio del colegio, un viejo Mini aparcado en una esquina, pequeños jardines olvidados por las guías turísticas, una antigua galería comercial venida a menos, una original boca de metro, una curiosa fachada…

Creo que París ha quedado satisfecha con mi caminata. Por eso, después de un día pasado por agua, ha decidido regalarme un último atardecer sin lluvia. Y vaya si lo he aprovechado. Después de comer en Les Halles, he decidido volver al hotel andando y recorrer a la luz de las farolas la zona más noble de la ciudad.

Camuflado como un parisino más, después de sólo cuatro días, dos chicas se han acercado a mí y, en inglés, me han preguntado por dónde se iba al Louvre. A esas horas, supongo que querrían ver la pirámide iluminada, como yo mismo he hecho más tarde. Metido en mi papel, sin darme cuenta, he empezado a responderles en francés, en mi mediocre francés. Breve lapsus que, enseguida, he corregido.

Cruzo el Sena por última vez en el día. No sé cuántas van ya. De frente, la cúpula de Los Inválidos; a la derecha, la torre Eiffel. A ambos lados, columnas coronadas con estatuas doradas que custodian el puente. Empieza a llover de nuevo. Abro el paraguas y aprieto el paso.

El día se acaba. Mi corazón se apena. Mis pies son los únicos que se alegran. Hoy han estado en muchos sitios, pero no en un vagón de metro. Todo lo han conseguido ellos solos.

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