lunes, 16 de abril de 2012

Tintín en París (VI) - Extraños homenajes

El cielo está gris, hace un poco de viento y a mi alrededor sólo se escucha el graznido de los cuervos. El ambiente no puede ser mejor para pasear por un cementerio. En este caso, es el de Montparnasse. No pensaba visitarlo, ya que lo conozco de otras veces. Pero he pasado por su puerta y no he podido resistirme a entrar una vez más.

Sin nadie a mi alrededor, camino por sus avenidas a un paso más lento de lo habitual en mí. Mientras miro los mausoleos a un lado y a otro, voy pensando en las cosas de la vida. Irónico, entre tanto muerto. Hasta que, al doblar una esquina y tomar una nueva calle, una tumba llama especialmente mi atención.

Me acerco y compruebo que es la del cantante y actor Serge Gainsbourg, enterrado con sus padres. En principio, podía ser como cualquier otra en aquel barrio, pero destaca por la cantidad de ofrendas que los admiradores del artista han dejado sobre su lápida.

En un primer momento, me sorprende que tanta gente siga acordándose de él más de 20 años después de su muerte. Pero, en realidad, eso es lo menos relevante del asunto.

Ante una gran foto enmarcada de Gainsbourg, sus devotos han depositado todo tipo de cartas de despedida. Están sujetas con piedras para evitar que el viento se las lleve. Incluso hay algunas en español, de unos salvadoreños.

Junto a las cartas, otros han depositado unos billetes de metro. Obviamente inútiles, porque aquella familia no se va a mover de allí. Tampoco es que vayan a leer las cartas, pero al menos éstas dicen algo al resto de visitantes.

Pero la cosa va en aumento y aún quedan dos peldaños más en la escala de ofrendas absurdas. El siguiente puesto lo ocupan dos coles. Sí, sí. Ni siquiera me atrevo a comentar nada más sobre el particular. Y qué decir sobre el número uno de la lista: un muñeco de Doraimon.

Ya he tenido suficiente. Me vuelvo al mundo de los vivos.

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